martes, 26 de agosto de 2014

Al diván

Tengo algo para decir. Prefiero sentarme frente a mi amigo Adrián Krause, filósofo, antes que visitar nuevamente un psicólogo/psicóloga para contarle mis penas, padeceres de la vida, del pasado, del futuro, del porqué en el planeta, en fin, toda una suerte de cuestionamientos e interrogantes que cruzan la cabeza de aquél que leyó más de dos libros. El iletrado no necesita estas cosas, ni se las plantea, vive más plácidamente y sin tantos dramas. ¡Pobre! (mi amigo Adrián), entre mate y mate se banca lo que venga. Los temas surgen de manera fortuita (¡bah!, en realidad no hay casualidad), una catarata de preguntas, discusiones, ida y vuelta sobre un tema, y otro, y otro. ¿Dios?, ¿un ser superior creador del universo?, permítanme expresarlo claramente: ridículo. Hasta suelo trenzarme con creyentes, y sí, me trae kilombos, pero me gusta, soy lo que se denomina un transgresor, un provocador, o en el idioma de la calle un rompepelotas. Hijo de padres separados, ¿vieron qué todo el mundo le echa la culpa de sus males a las desavenencias paternas?, resulta una buena excusa, además, hoy en día,¿quién no tuvo, o tiene, una familia disfuncional?, raro, muy raro. Primaria en escuela de los Hermanos Maristas, secundaria en el Liceo Militar General San Martín. Un lacaniano en terapia me miraba hablar, ¡me sentía tan idiota!, un monólogo (de mí parte) y silencio sepulcral. Me miraba (con sus ojos de vaca, agrandados por efecto de las gafas, de tupida barba entrecana, amarillento el bigote de nicotina) y no pronunciaba palabra. No me servía, necesito la interacción con el profesional, ¿profesional?, con el psicólogo, se entiende. Así, en una entrevista de admisión a la que concurrí después de la fallida experiencia con “ojos de vaca”, me derivaron a la licenciada Roxana, el apellido lo reservo por cuestiones obvias, quien sería la indicada, acorde mi necesidad, esa que les comenté: interactuar. Interactuamos tanto que terminamos teniendo sexo en el diván. A la cuarta o quinta sesión (sexsión es más apropiado), después de los devaneos carnales –me recibía con un beso en la boca- dijo: “no va más esto”, -lo sé, pero la verdad me encanta acostarme con vos. Seguimos revolcándonos un tiempo más, hasta que sentí que me enamoraba, se lo dije, terminamos. Con otra carga encima, ya que la “indicada” me dejó peor, tuve que conseguirme un nuevo terapeuta para contarle que mantuve relaciones con mi ex terapeuta, que estaba enamorándome, y que decidió terminar conmigo. En este ir y venir de psicólogo en psicólogo (perdida de dinero, hasta Roxana cobraba, imaginen la confusión…), un buen día, harto, recurrí por fin a mi amigo Adrián, ya les conté, el filósofo, dándome cuenta que mucho antes tendría que haberlo hecho. Los contrapuntos al calor del existencialismo, ese que habla de la libertad, la responsabilidad individual, las emociones y el significado de la vida, son un entramado de disquisiciones que me llegan. Había leído (yo) casi toda la obra de Nietzsche, algo de Heidegger y los libros de Simone de Beauvoir: “La vejez” y “La mujer rota” (ambos herencia de mi madre), de Sartre algunos ensayos y notas. Bien, los encuentros con Adrián resultaron gratificantes y esclarecedores. En cuestiones religiosas para mí el asunto es más simple (como escribí líneas arriba), no creo. Es imposible aceptar a Dios con sus perversiones y maldades, con los sacrificios y sanciones. El tipo inserta –permítanme el término- a su hijo en el seno de una pobre familia para que la mujer lo engendrara, el esposo carpintero, al principio dudaba, pero Dios, viendo que el asunto se le iba de la manos lo envía al arcángel Gabriel (especie de mandadero, que se la pasaba yendo y viniendo, anunciando y haciendo las veces de vocero) con la secreta misión de convencerlo del milagro y la castidad de Ella. Ya más tranquilo, José prosiguió con su trabajo en la carpintería, adelantando pedidos que había descuidado con motivos de la duda. Duda que es comienzo y fin de todo y todos, no tan solo jactancia de intelectuales. El muchacho, el de Belén, el de la Trinidad, ya crecido salió a propalar el mandato supremo, terminando como sabemos en la cruz. Cruz a la que fue subido, aunque las manos hayan sido romanas, por los judíos, que en estas cosas de aparecidos y mesías la tenían muy clara, y no le creyeron. El medido prefecto de la provincia de Judea, Poncio Pilatos, no encontraba motivos para darle muerte, sin embargo la insistencia pudo más y ahí fue (el hijo), a sufrir y morir por nosotros. ¡Qué padre!, el celestial, no el otro, José (que en realidad no era el padre, recuerden lo del arcángel), presenciando desde lo alto semejante calvario, imperturbable dejó que prosiguiera en pos de la obra (su obra, en cuerpo y alma del hijo). Mientras tanto esperaba Pedro, seudónimo que le colocó Jesús en reemplazo de Simón, y Pedro, el obediente, el de la piedra, perdonado de antemano por negarlo tres veces, fundó en su nombre la iglesia, que lo fue sobre el nombre Pedro, o piedra, en nombre de Jesús, el hijo del Altísimo, que lo dejó a su suerte, para hacerlo resucitar más tarde. En estas divagaciones me encontraba cuando anunciaron que el atentado a las torres gemelas en Nueva York había sido pergeñado y planificado por un tal Bin Laden, quien en nombre de Dios decidió castigar a los infieles, y Bush, en nombre de Dios comenzó a preparar la escalada bélica. Todos unidos por el Señor. Y me vino a la mente (¿iluminación?) la sentencia del portugués Saramago: “Dios no es de fiar”.

viernes, 15 de agosto de 2014

Rosita Renard y René Amengual Astaburuaga, unidos por la música


BIOGRAFÍA DE ROSITA RENARD
Bien vale el recuerdo para quien fuera maestra y tutora del hermano de mi abuela, el genial René.
El 8 de febrero de 1894 nació en Santiago la primogénita del catalán José Renard y la chilena Carmen Artigas, Rosita Renard. Creció en una familia acomodada y amante de las artes. Autodidacta, ya a los cuatro años tocaba en el piano familiar, los aires de Rigoletto.
Luego de separarse, doña Carmen crió a sus hijos en un estricto régimen de austeridad y dedicación, que forjó la personalidad de Rosita.
De inmediato destacó entre los discípulos del Conservatorio Nacional, donde inició estudios a los 8 años. Al graduarse con la más alta calificación, en 1908, recibió su diploma en medio de la aclamación de sus maestros y compañeros.
Debutó exitosamente el 15 de mayo de 1909 en el Teatro del Conservatorio Nacional, inaugurando su carrera de concertista.
Gracias a una beca que le otorgó el Presidente Pedro Montt, en 1910 la joven se instaló en Alemania junto a su madre, para perfeccionarse en el Conservatorio Stern de Berlín, donde se graduó en 1914. Allí compartió con un joven Claudio Arrau las enseñanzas del maestro Martin Krause, quien le auguró fama mundial.
En 1916 viajó junto a su madre y su hermana a Estados Unidos como maestra del Conservatorio DKL de Rochester. Su debut en el Aeolian Hall, colmado de elogios y ofertas, la salvó de las penurias económicas. Regresó a Chile en 1920 a ofrecer conciertos, pero con la intención de volver al país del norte a grabar rollos de autopiano.
Blanca, su hermana menor, quien también era pianista, fue becada para estudiar en Alemania y doña Carmen decidió cancelar los planes de Rosita, produciendo un quiebre en la relación que terminó con el viaje en solitario de la hija mayor a Estados Unidos, en 1925. Al amparo de un convento en Nueva York, intentó dificultosamente retomar su carrera.
El 28 de agosto de 1928 contrajo matrimonio con el checoslovaco Otto Stern, cantante lírico de discreto talento. Por la crisis de 1929 viajaron juntos a Chile y Rosita ingresó como profesora al Conservatorio Nacional, por entonces incorporado a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, donde impartió clases hasta 1936.
En 1941 tocó en la Orquesta Sinfónica de Chile; en 1944 inició una gira por Latinoamérica y el Caribe, y en 1945 por Estados Unidos y Canadá.
Tras impartir clases en Caracas y jubilarse en 1948 del conservatorio, realizó conciertos en Buenos Aires, Bogotá, Medellín, Montevideo, La Habana, México, Puerto Rico y Curaçao.
La extraña enfermedad del sueño, producida por la picadura de un mosquito, le quitó la vida el 24 de mayo de 1949, quedando para las generaciones postreras escaso registro de sus interpretaciones.


Extracto de un libro en Google en el cual podemos apreciar la interesante descripción que hace René de Rosita.

lunes, 11 de agosto de 2014

Ancestro más remoto: Hernán García de la Rúa

El registro de familia más antiguo corresponde al año 1415, cuando nace Hernán García (entiendo que en este caso el García era utilizado como nombre ya que su hijo lo tiene en primer término) de la Rúa; en Talavera de la Reina, Toledo, Castilla-La Mancha, España. A continuación, la secuencia hasta María Elena Amengual Astaburuaga (1907-1995).

aurora astaburuaga urzúa es la madre de maría elena amengual astaburuaga (mi abuela paterna)

josé pedro astaburuaga cienfuegos es el padre de aurora astaburuaga urzúa

petronila cienfuegos y silva es la madre de josé pedro astaburuaga cienfuegos

catalina silva montero es la madre de petronila cienfuegos y silva

luis de silva y gaete es el padre de catalina silva montero

rita josefa ortiz de gaete y osorio de toledo es la madre de luis de silva y gaete

valentín ortiz de gaete y fernández de córdoba es el padre de rita josefa ortiz de gaete y osorio de toledo

fernando ortiz de gaete y mier de arce es el padre de valentín ortiz de gaete y fernández de córdoba

francisco ortiz de gaete y agurto es el padre de fernando ortiz de gaete y mier de arce

francisco ortiz de gaete y jofré de loayza es el padre de francisco ortiz de gaete y agurto


geracina jufré de loayza y meneses aguirre es la madre de francisco ortiz de gaete y jofré de loayza

constanza meneses y aguirre es la madre de geracina jufré de loayza y meneses aguirre

gral. francisco de aguirre de la rúa es el padre de constanza meneses y aguirre

hernando de la rúa es el padre de gral. francisco de aguirre de la rúa

garcía de la rúa es el padre de hernando de la rúa

hernán garcía de la rúa es el padre de garcía de la rúa

viernes, 8 de agosto de 2014

Fidel Castro, Salvador Allende y Consuelo Gatica Amengual

Llegó el jueves 10 de noviembre de 1971; su visita originalmente era por diez días, al final fueron 25 y recorrió casi todo el país.
En pleno gobierno socialista se generó la polémica; eufóricos los partidarios de la UP (Unidad Popular) e indignados los opositores.
Fidel Castro pisaba tierra chilena y ya nada sería lo mismo; al menos para María Consuelo Gatica Amengual (foto).

Siendo dirigente del Gremio de la Salud (Hospital Alejandro del Río; Puente Alto, Santiago) -mi tía-, junto a un grupo de compañeras habían concurrido a La Moneda, a efectos de presentar un proyecto de construcción de viviendas para los empleados del mencionado centro sanitario.

Mientras le exponían la idea al presidente Salvador Allende se anuncia la entrada del lider cubano. Cuando todo hacía preveer la culminación del encuentro, este prosigue y son testigos del ingreso de Fidel Castro a la sala de reuniones.
Ahí lo vemos caminando con su porte marcial, imponente, el característico uniforme verde oliva y las botas negras. Se dirige al presidente y lo abraza cálidamente.
Haciendo honor a su proverbial carisma, se acerca a repartir besos entre las señoritas.
Mi tía -que al día de hoy puede dar cuenta de la emoción del momento vivido- lo saluda y tiene el gesto (¿osadía?) de acariciar la banderita cubana que llevaba Fidel en el pecho; sorprendido, el comandante la desprende y se la coloca a ella.



En diciembre de 2009 fui depositario de este legado de valor infinito. Ocupa, no podía ser de otra manera, un lugar de privilegio entre mis objetos más preciados.

Más allá de cualquier disquisición ideológica sobre Fidel, nadie puede negar que se trata de una de las figuras más representativas del siglo XX; alguien que marcó a fuego a varias generaciones.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Un amor que no fue cuento

Mis abuelos paternos: María Elena Amengual Astaburuaga y Osvaldo Gatica Camoglino, se encontraron por primera vez el 19 de mayo de 1934, en la Biblioteca Nacional de Chile. 

Ella toda de azul, él con un clavel blanco en el ojal, al lado de la insignia de la Federación de Estudiantes. Hasta entonces tan solo contactos telefónicos.

A continuación, el encuentro, narrado por uno de sus hijos, Juan Bautista Gatica Amengual (hermano de mi padre).

Habían decidido, por fin, conocerse.
Nunca, durante horas de ansiosa y casi furtiva conversación a la distancia, se describieron.
El conocía de ella sólo su voz queda; ella de él, sólo las inflexiones de la suya, cuando, ufano, le recitaba telefónicamente lo de las oscuras golondrinas y sus nidos en los balcones, y aquello del salón en el ángulo oscuro…

Se encontrarían en la Biblioteca Nacional.
Él, impuntual impenitente, devoró a grandes zancadas las escalinatas. Se acercó al mesón de escritores españoles y mirando alrededor con un dejo de astucia, alzando la voz, pidió: Gustavo Adolfo Bécquer por favor…


Foto (frente y reverso), escrita por mi abuelo, me exime de cualquier comentario...

Los pescadores

Gaviotas de mar y pelícanos con graznidos daban la recepción a los curtidos pescadores, llegaban desde la caleta El Membrillo al puerto de Valparaíso con la carga del día: merluzas, congrios, reinetas y langostinos.
No sólo significaban la paga, escasa, era la culminación de la agotadora faena, la redención del hijo, de San Pedro -el patrono-, y del trabajador a la vista de Neruda. El hombre en su totalidad, en la dimensión del que hace los panes y los peces, el de Cristo y el Nuevo Hombre.
Camilo, quien había sido un ferviente militante de la UP y Salvador Allende, todos los días, antes de soltar amarras en “La Temible”, recitaba alguno de “Los versos del capitán”.
Posesionado en imagen y gestos, se calzaba la gorra y partía junto al resto de la tripulación, los pescadores artesanales, en una hermandad de siglos.
A dar la pelea, casi siempre librada de manera feroz en la tierra más que en el mar, ¡si se trataba del Pacífico!…, por el precio y por las condiciones del trabajo.
En las pronunciadas arrugas y los vacíos de la dentadura aún se podía ver la nostalgia de tiempos idos, y en las largas charlas en el club social por ellos fundado, cada dos por tres un parroquiano recordaba “al Chicho”, brindaban fuera de toda cordura, con abundante ingesta de pisco y cerveza.
La desmesura de la lucha contra los grandes buques industriales y sus métodos prohibidos en la Unión Europea, como la aspiradora y redes con casi cero margen de espacio para permitir la liberación de pequeños peces.
En definitiva, el Dios Mercado y el evangelio según Milton, acuñado bien al norte, respetado a rajatabla por los gobiernos de Chile, en una iglesia que no sabe de apóstatas.
Braceando y braceando, hasta hace algunos años salían a pescar muy cerca de la costa, hoy deben navegar varios kilómetros mar adentro para terminar descargando en el lanchón merluzas que “al cortarle la cabeza parecen sardinas”.
Una foto colorida para los turistas, una foto en sepia para sus familias.
Casi sin fe, sin esperanzas, en esta encrucijada de la historia donde el neoliberalismo se instaló ad eternum, excluyente, ellos no olvidan…, y piden otra vuelta de pisco.

domingo, 3 de agosto de 2014

Vicealmirante Recaredo Amengual Novajas

El 26 de octubre de 1858, nace en Santiago de Chile, Recaredo Amengual Novajas. Es hijo de Santiago Amengual y Gertrudis Novajas. En este punto, menciono que “el manco glorioso” tuvo dos matrimonios; el contraído con Gertrudis y el que corresponde a nuestra familia directa, el enlace con Celia Peña y Lillo Morgado.

Aclarado este punto, a favor de la rigurosidad genealógica, ahora sí nos centramos en la biografía.

El ingreso a la Escuela Militar se produce cuando alcanza los 14 años, optando –aún no existía la división actual- por la rama de la Marina; egresando en 1875 con el grado de Aspirante.

Es en la corbeta Esmeralda, bajo la comandancia del Cap.de Fragata Luis Alfredo Lynch Zaldívar y del Cap. de Corbeta Arturo Prat Chacón; donde se imprime con fuerza y pasión el amor por el mar y el arma a la que había decidido entregar su vida. Para destacar son las actuaciones que tuvo –demostrando real valía y coraje- en la Guerra del Pacífico: Combate Naval de Chipana, Angamos, Pisagua, la rendición de Iquique, etc.

En 1891, al igual que su padre –el Gral. Amengual- decide participar activamente a favor del gobierno del Presidente Balmaceda.
Cabe aclarar que la Marina, mayoritariamente, se inclinó por los golpistas del Congreso. No así el Ejército que se dividió en un cincuenta por ciento para cada bando. Era Cap. de Corbeta 2°, comandante del cazatorpedero Lynch, cuando encontrándose en Punta Arenas destituyó al comandante de su buque. Ante la derrota de los “balmacedistas”, se exilió en Argentina; siendo pasado a retiro. Posteriormente, en 1897 es reincorporado.

Le llegaría el momento soñado -1905- cuando se lo designa Comandante del buque escuela "General Baquedano".
En lo profesional, debió supervisar en Inglaterra la construcción de los cazatorpederos "Almirante Lynch" y "Almirante Condell". Como jefe de la flotilla y Comandante del "Almirante Lynch", fondeó en Valparaíso el 22 de abril de 1914. Además, comandó el acorazado "Capitán Prat" y ocupó temporalmente el cargo de Comandante en Jefe de la Escuadra.
También destacó en el plano académico.
Obras como, Manual de Meteorología, Oceanografía, Cartilla de Pesca, Manual de la Marina Mercante Nacional y Ceremonial Marítimo Internacional, entre otros, le valieron no solo el respeto y reconocimiento en Chile, sino que también en las principales academias extranjeras.

El 30 de enero de 1916 obtuvo su retiro con el grado de Capitán de Navío, pero el Consejo de Ministros, celebrado en Santiago el 12 de agosto de 1925, le concede por gracia el rango y prerrogativas de Contraalmirante y en 1934, el de Vicealmirante en servicio activo. Falleció en 1936.


La Masacre de La Coruña

Pese a lo terrible del caso, no por ocultarlo “dejará de existir”, es parte de la historia. Los hechos (una sinopsis).

El 4 de junio de 1925 el puerto de Iquique amaneció paralizado. Estaban en huelga los obreros marítimos, ferroviarios y conductores de carretas. Las 124 salitreras habían sido tomadas por los trabajadores.
Tras los sucesos en Alto de San Antonio, que formaban parte de un plan de provocación y aniquilamiento del movimiento sindical por parte del gobierno de Arturo Alessandri, los trabajadores se apoderaron de las oficinas Galicia y La Coruña y distribuyeron víveres. Los intereses salitreros británicos por primera vez habían sido golpeados en conjunto.
El comandante general de armas y jefe de la guarnición de Iquique, Recaredo Amengual, comunicó al ministro de Guerra, coronel Carlos Ibáñez del Campo, que “en la pampa había estallado la revolución soviética”. El gobierno declaró estado de sitio por sesenta días en las provincias de Tarapacá y Antofagasta.
Carlos Ibáñez, convertido en hombre fuerte del gobierno, ordenó a Amengual enviar tropas a la pampa y someter por la fuerza a los obreros.
El 4 de junio de 1925 se iniciaban la masacre de La Coruña.

miércoles, 30 de julio de 2014

La rama familiar Astaburuaga

Sincero agradecimiento a José Luis Astaburuaga Labra, el compartir su árbol genealógico familiar me permitió completar las piezas faltantes en el mío.

En 1582 nace en Bilbao, España, DOMINGO DE ASTABURUAGA (hijo de FRANCISCO ASTABURUAGA y CATALINA DE ROMERETE Y GOROSTIZA) quien se casa con CATALINA DE URENE Y GARRO (? - 1653); hija de MARTÍN URENE y ANA GARRO. Tienen como hijo a MARTÍN DE ASTABURUAGA URENE Y GARRO (1608-1671), casado con MARIANA DE IDEOETA (1609- ?).
De este matrimonio nace JUAN DE ASTABURUAGA E IDEOETA (1653-1717), casado con MARIANA DE ZERKALDE Y PORTU URIARTE.
El hijo de ellos, ASCENCIO DE ASTABURUAGA Y CERCALDE (1682- ?), nace en Guipuzcoa, España, casándose en 1713 con MARÍA DE ARAMBURO-ZAVALA (1685- ?).
En 1716 nace ANTONIO DE ASTABURUAGA Y ARAMBURO-ZAVALA, quien se casa en 1748 con MARÍA ASENSI DE ELEXALDE, su hijo se llama MANUEL ASTABURUAGA ELIZALDE (1757- ?) nacido en Salinas de Léniz, Guipuzcoa, España. Este ya viaja para América.
Se casa en 1786, Talca, Chile, con MARÍA ROSARIO TORO MAZOTE DE VALDOVINOS. En 1796 nace su hijo: CAYETANO ASTABURUAGA TORO MAZOTE, quien se casa con PETRONILA CIENFUEGOS Y SILVA.
Su hijo, JOSÉ PEDRO ASTABURUAGA CIENFUEGOS se casa con CATALINA URZÚA VERGARA.

La hija de estos, AURORA ASTABURUAGA URZÚA, contrae matrimonio el 28 de mayo de 1899 con ALBERTO AMENGUAL PEñA Y LILLO (hijo del General don Santiago Amengual Balbontín y de doña Celia Peña y Lillo Morgado).

Foto: Aurora, Alberto y cuatro de sus siete hijos; aún no habían nacido María Elena (mi abuela paterna), René (el compositor/ músico) y Hernán.

1- Celia Josefina Catalina (Aurora) Amengual Astaburuaga, nacida el 19 de marzo de 1900.

2- Alberto Amengual Astaburuaga, nacido en octubre de 1901.

3- Filomena (Inés) Amengual Astaburuaga, nacida el 8 de noviembre de 1903.

4- Fernando Octavio Amengual Astaburuaga, nacido el 16 de septiembre de 1904.

5- María Elena Amengual Astaburuaga, nacida el 16 de diciembre de 1907 (mi abuela).

6- René Amengual Astaburuaga, nacido el 2 de septiembre de 1911.

7- Hernán Oscar Amengual Astaburuaga, nacido el 16 de febrero de 1915.

Las hijas 1 y 3, "adoptaron" los nombres que están entre paréntesis; no fueron los registrados por sus padres.

sábado, 26 de julio de 2014

Toda una vida dedicada a la Patria

- Ingresa muy joven a la Academia Militar donde recibe la formación castrense.
- Vuelve a Quillota y sirve en el Batallón Cívico local hasta el grado de Capitán.
Abandona su ciudad natal para desempeñarse como oficial de la Alcaldía de la Aduana de Valparaíso.
- A los 22 años, decide reintegrarse al servicio nuevamente y le acepta la petición el Teniente General Manuel Blanco Encalada (4-6-1837). Se integra al Batallón Cívico Nro. 2 del puerto. Dos días después, se enfrenta a las fuerzas rebeldes del Coronel José Antonio Vidaurre.
Por su valor en los encuentros armados, se le otorga el grado de Capitán de Ejército (14-6-1837).
Aquí comienza oficialmente la carrera militar de Santiago Amengual, rubricada por la participación en las campañas contra la Confederación Peruano-Boliviana.
- En 1842 es designado Ayudante del Ministro de Chile, don Ventura Lavalle. Ejerce tareas de índole diplomática para normalizar las relaciones con Bolivia.
- El 26 de marzo de 1846 se le reconoce el empleo de Capitán efectivo y pasa a prestar servicio en el Cuerpo de Asamblea.
El 3 de octubre del mismo año, es transferido al Batallón Chacabuco.
- El 29 de octubre de 1849 asciende a Sargento Mayor. Tal promoción conquistada por su actuación en la Batalla de Yungay.
A estas alturas, Santiago Amengual venía destacándose desde hacía ya casi diez años por sus atributos para crear cuerpos militares de la más variada índole.
En 1840 organizó la Artillería de Marina; en 1842 el Escuadrón de Lanceros de Valparaíso; en 1844 cinco Escuadrones de Caballería en Quillota.
Funda en 1851 el Batallón de Cívicos Nro. 4, y el 2 de febrero de 1859 el Batallón Nro. 7 de Línea, el mismo que reorganizara veinte años después.

- El 17 de marzo de 1859 comandando el Séptimo de Línea, de 440 plazas, se acantona en Curimón, ante signos de alteración del orden público.
Con fecha 6 de agosto de 1861, obtiene grado de Coronel efectivo. Un mes después se acoge al retiro absoluto de las filas, en virtud de una herida grave recibida en la revolución de 1859, que le deja inutilizado completamente el brazo derecho.
Se dedica un tiempo a las labores agrícolas, pero la pasión por la Patria pudo más, y es vuelto al servicio el 23 febrero de 1877 para ser edecán del presidente Anibal Pinto Garmendia.

Después de su intervención gloriosa en la Guerra del Pacífico se retiró a la vida civil en 1888 con el grado máximo de General de División concedido el 18 de agosto de 1887. Su "última" tarea en el Ejército, la prestó integrando la Comisión Calificadora de Servicios desde el 24 de septiembre de 1880.

No pudo con el genio, y se sumó a las fuerzas que defendieron al Presidente José Manuel Balmaceda Fernández en la asonada del Congreso de 1891.
Al ser derrotados, el Presidente se suicida en la embajada argentina y Santiago Amengual es degradado (sic), padeciendo la persecución de los vencedores y llevando una precaria existencia; él y la familia.
En 1896 por vía de la Ley de Amnistía e Indulto decretada por el Presidente Jorge Montt Álvarez (sucesor de Balmaceda), es reivindicado en su grado militar de General de Ejército; con todos los honores.

Muere en la paz del hogar, el viernes 29 de abril de 1898, a la 1:10 de la tarde.
Lo acompañaban su esposa Celia Peña y Lillo, sus hijos (entre ellos mi bisabuelo Alberto), amigos y el médico de cabecera, el Dr. Moisés Amaral.
Las honras fúnebres tuvieron lugar en la Iglesia Santa Ana. A la salida del templo, 925 soldados del Batallón Nro. 1 de Infantería y un Escuadrón del Regimiento Nro. 2 de Caballería rindieron los honores póstumos.
Tras la cureña, cubierta de flores y escoltada por cuatro batidores a caballo, marchaban el Cuerpo de Inválidos y Veteranos del 79, portando su estandarte enlutado y la Escuela Militar.

Don Carlos

La densa neblina impedía ver con claridad, aceleré para darle alcance, sentado al volante del auto y paralelo a su bicicleta no tuve dudas, era él, don Carlos. Hice sonar la bocina, bajé la velocidad para seguir su andar, inclinó la cabeza hacia la izquierda y me miró, reconocí su característica expresión de ternura y saber. Giró lentamente el manubrio hacia la derecha buscando la banquina al costado de la ruta, se detuvo y quedó esperando. Frené unos dos metros adelante.
No me atreví a bajar, estaba completamente alterado, por el retrovisor externo de mi lado lo vi parado al lado de la bicicleta, apoyada sobre la cadera, su figura alta, delgada pero fuerte, recta como un junco, irradiaba luz, aura.
El escenario descrito, más la luna que se apreciaba parcialmente entre nubes, hacían de este momento nocturno algo mágico, especial, y a su vez cargado de incertidumbre; por lo desconocido, aunque íntimamente esperado, buscado, y cuando llega no deja de alterarnos, nos saca del eje; al que nos acostumbramos tras lo habitual de lo cotidiano, de la existencia común, “normal”, de la mayoría de las personas.
Don Carlos me hizo una seña para que descendiera y así lo hice, caminé lentamente hacia él.
-¡Carlos! – lo estreché en un fuerte y cálido abrazo, y percibí de inmediato el aroma característico a jabón de lavanda, fresco. -¿Cómo está Marcelo?
-Un tanto confundido, siempre lo tengo presente, es más, en la mesa de luz he dejado el libro que me regaló de Pablo Neruda… -no pude terminar la frase.
-”¡Confieso que he vivido!”
-Exacto, bastante seguido lo tomo, lo hojeo, releo su dedicatoria, en fin, era una manera de acercarme, de tenerlo presente.
-¿A Neruda? –una pregunta en línea con su sarcasmo habitual.
-¡A usted Carlos!, no me olvidó de todo lo que hemos compartido, y sabe que lo admiro, y lo extraño.
Para mí significó una fuente inagotable de conocimientos, de vida -¿De vida?
-Sí, de vida, muchas veces me encuentro en situaciones cotidianas que me llevan a recordar cosas que usted me contaba le habían pasado, sus consejos… -me interrumpió:
-Pero no olvide que esas experiencias son las de uno, intransferibles, un momento es un mundo, es usted y su circunstancia. -¡Ortega y Gasset!, “yo soy yo y mi circunstancia”.
-Así es, uno acorde con lo que vive, a la circunstancia en que está sumergido, unicidad: usted y lo que le pasa, lo que le pasa y usted, un círculo.
Cambió de tema, una costumbre entre nosotros, aunque siempre me reprochaba que lo cortaba cuando estaba hablando, antes de finalizar.
-¿Imagino que no olvidó aquello de “todo está en los clásicos”?
-Obvio, aunque resulta tedioso para infinidad de lectores “El Quijote”, o “Crimen y castigo”…
-Seguramente resulta tedioso para aquellos que están pendientes de la inmediatez, de la cultura “fast food”, todo ya, todo ahora, todo rápido, textos que no requieren demasiada concentración, porque así fueron escritos; escritos desde lo llano, que no es lo mismo que decir desde el llano, no desde la profundidad del alma humana. Lo efímero, con perogrulladas que para personas poco exigentes son revelaciones, mundos descubiertos. ¡Y ojo!, no es un juicio de valor hacia el lector, no digo ni que esté bien ni mal, tan solo describo una realidad, y coincidirá seguramente conmigo.
-Totalmente, el videoclip, los cortos publicitarios, lo predigerido, no hay un ida y vuelta. Lo largan, lo consumo, listo, final, a otra cosa.
-La lectura de aquellos grandes de la escritura requiere de tiempo, concentración, pensar y repensar. No es una tarea sencilla, al menos en la actualidad, ¡pero qué placer!, en fin, pocos pueden abstraerse del celular, de escribir mensajes por cualquier tema trivial, “salgo con bufanda, hace frío”.
-Jajaja, es verdad, todavía no caí en esas boludeces.
-¡Usted no Marcelo!, Dios nos libre.
-¿Se hizo creyente?
-¡No!, mucho menos a esta altura, es una frase de forma, atávica diría.
Hablando de escritores, pese a que usted lo niegue, la tecnología le interesa bastante, ¿notó esto del contacto físico con los libros?, es otra cosa, son irreemplazables.
-Pues claro, he tratado de leer en dispositivos digitales pero no es lo mismo, ¡qué se yo!, serán más prácticos, todo lo que quiera, pero no pueden suplantar el texto sobre papel.
-¿Sabe qué sucede amigo?, el aroma que emana del papel de los libros, es adictivo, embriaga, no se puede reemplazar. ¿Nunca le pasó de estar concentrado en la lectura y sentir al instante la necesidad de oler las páginas?
-¡Infinidad de veces!, es como usted dice, así como el que fuma no pude prescindir de la nicotina, los lectores de libros necesitamos ese efluvio.
¿Puedo decirle algo? -Sí, por supuesto, sabe usted que nada es casual.
-Me ganó de mano una vez más, eso es lo que iba a preguntarle, tantas veces en el pasado hablamos sobre la casualidad, que no existe, que todo tiene una razón de ser.
-Sí, aquello del universo en un esquema de momentos encadenados uno al otro y que nada es azaroso, la causalidad.
-Entonces usted aparece después de dos años, cómo de la nada, y seguro sabe de cuánto lo pienso, lo recuerdo.
-De la nada no aparezco, y mire si sabré cuánto me extraña que hasta podría enumerar las veces que pasó por el frente de mi casa, y en cuantas estuvo a punto de golpear las manos para llamarme, o pegarme uno de sus gritos: “doooon Caaaarlooos” –imitaba mi voz y al finalizar se echó a reír; a borbotones se precipitaron en mi memoria las tardes de mates, las tortillas por él amasadas, de harina de maíz, soja y miel, o ese brebaje de malta que sabía horrible a mí paladar, pero lo ingería con fingido placer. Supongo que se daba cuenta, ¡seguro se daba cuenta!, y nunca me lo dijo, aunque lo insinuaba: “¿no le gusta verdad?”, -sí don Carlos, prefiero un café pero es agradable esta infusión. Era un acuerdo entre dos personas que de verdad se quieren, se respetan, que disfrutan al compartir conocimientos, vivencias (más yo de él, como es de imaginar), ideas, discusiones. En un orden que no era de pares, pues lo consideraba un maestro, se lo decía, su respuesta, enmarcada por una sonrisa y juntando los dedos de la mano derecha en un racimo: “¡qué maestro ni qué maestro!, dejese de joder”.
-A los tres meses de su partida me aboqué con toda pasión y energía a profundizar sobre los sueños lúcidos, alguna que otra vez recuerdo que lo hablamos.
-Mire, hay quienes pensarán que son cuestiones de oscurantismo, supercherías, pero están asociadas a los viajes astrales, a los maestros budistas orientales, los del Tíbet, y hay menciones hasta en pueblos aborígenes de nuestro continente, es otro grado de la conciencia, y repito: conciencia, acompañado de la espiritualidad que emana del cosmos, ¡ojo!, nada que ver con la espiritualidad que pasa por las religiones, los altares, los rezos a un ser superior, ¿soy claro?
-Ya sé a lo que se refiere, a la espiritualidad entendida como dimensiones paralelas, y nosotros, como simples mortales no logramos abarcar, salvo abriendo la mente a nuevas experiencias.
-Sí, pero en esto de abrir la mente juegan los prejuicios, la cultura y sobre todo la educación, más en occidente donde todas estas cosas se las suele minimizar o asociar con lo primitivo, pero lo primitivo en el sentido de bárbaro, no evolucionado.
-Es así me querido don Carlos, ¡claro!, pero es la evolución de occidente, comillas para evolución obviamente, que niega lo que desconoce, a lo que teme, a lo que se escapa del control social.
-Así es, lo que no se puede dominar desde el estado, desde lo religioso institucionalizado, es un peligro, entonces se lo ridiculiza y se estigmatizan a quienes buscan otra mirada.
-Claro, pasó tantas y tantas veces a lo largo de la historia de la humanidad, veamos a Galileo, el mejor ejemplo. Igualmente me sorprendió que apareciera aquí en mi sueño, durante varios meses traté de materializarlo y no hubo forma.
-Son pruebas, no todo le puede ser tan sencillo, alcanzar los deseos al mínimo chasquido de los dedos, ¿le daría realmente valor?
-No, la verdad que no, y ahora, cuando no lo esperaba…, y no quisiera despertar, me siento muy bien, feliz. Se acercó, me abrazó, y fijando sus profundos ojos celestes en los mios me dijo:
-Llame a mi nieto Martín y pídale un libro de mi biblioteca, él la tiene, busque “Tratado de la Desesperación”, dentro encontrará una nota. Las respuestas muchas veces están más cerca de lo que uno cree, ya verá. Así, en esa neblina, en esa noche cerrada, con su aura, sin más palabras, subió a su bicicleta inglesa color verde y se perdió en un túnel de bruma.
Desperté tranquilo, en paz, e inmediatamente transcribí en mi apuntador de sueños todo lo vivido, detalle por detalle. Ansioso a tiempo completo, no veía la hora de tener en mis manos el libro de Soeren Kierkegaard; y promediando la mañana llamé a Martín. Después de un intercambio de palabras que hacen al sentido de urbanidad y buenas costumbres, lo conocía de vista, de haber intercambiado algunos “hola” y “chau”, en lo de su abuelo, quedamos que pasaría a las seis de la tarde.
Sabiendo de mi puntualidad por comentarios de don Carlos, a la hora estipulada me encontraba en la puerta de su casa, él esperaba parado sobre el descanso. Nos saludamos con un apretón de manos y me acompañó por el largo pasillo que terminaba en una biblioteca de un metro y medio de ancho aproximadamente y se perdía hasta topar con el techo.
-Ahí están todos los libros de mi abuelo, buscalo tranquilo mientras preparo un café, ¿querés?
-Perfecto, apenas azúcar, gracias.
Nos sucede a los que amamos los libros, después de haberlos tenido en nuestras manos, de acariciarlos, “sentirlos”, fijarnos en ellos, los recordamos como una foto: la tipografía del lomo, el color, una rotura ínfima.
Casi a la altura de mi pecho, el cuarto desde la izquierda; verde musgo, vuelto a encuadernar, con la única palabra: “Tratado” en el lomo. En la cubierta sí el nombre completo: “Tratado de la Desesperación” y por debajo en letras inclinadas “Soeren Kierkegaard”.
Lo leí en dos oportunidades, y en conocimiento de mis limitaciones, quizás tres hubiesen sido las convenientes, para comprenderlo en esencia, en su totalidad, la obra cumbre del maestro del existencialismo.
En la mitad del libro encontré la hoja, esas que se utilizaban en tiempos idos para enviar cartas, un papel muy fino, para que no pesara y encareciera el valor del estampillado, color celeste, con una filigrana en la que se leía Carlos Florit.
La caligrafía perfecta era inconfundible, precisa y preciosa, armonía en las formas, en la traza.

Marcelo, querido amigo:

No es nada extraño dejar una nota para ser leída cuando uno se haya marchado de este mundo. Lo extraño es que usted se enterará de su existencia al ingresar en un sueño. ¿Sorpresa?, ¿le parece?, piense un poco, en todo lo que hablamos sobre el sentido de la vida, la muerte, de otras dimensiones, de la transmutación de las almas y de los sueños… Discutimos un par de veces sobre la casualidad y el azar, ¿sigue dudando?, piense. Conocerme, la pasión por los libros, la política, la filosofía, el amor por los perros, las plantas, ¿casualidad? ¿Recuerda aquello de Hamlet?, seguro que sí, ¡si me lo recitaba de memoria!, las palabras que Shakespeare pone en boca del Príncipe de Dinamarca: “morir es dormir, y tal vez soñar…”, y esto otro: “pues el considerar, que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro…”; ¿es claro verdad? ¡Ay amigo mio!, la muerte física es una realidad ineludible, llegará más temprano, más tarde, vivimos con la muerte, ella está agazapada esperando, y siempre gana, vivimos para morir, es la principal certeza del ser humano, su agobio, su sempiterna tortura, pero nosotros debemos corrernos de ese lugar, es innecesario estar afligido por eso. Hay que aceptarla, convivir con ella, pensando en otros estadios del ser. Lo humano no es tan solo un cuerpo, es muchísimo pero muchísimo más que eso. Usted ya conoce el secreto y sabe a dónde apunto, lo imagino con esa mueca socarrona de tipo sabelotodo, más por inseguridad que por soberbia; amigo mio, la muerte no es lo contrario de la vida, lo que está en la vereda de enfrente y es peor, mucho peor, se llama OLVIDO, y en el recuerdo que usted tiene permanente de mi, en sus pensamientos, en sus evocaciones, en los sueños, siempre viviré.

Hasta un próximo encuentro.

Carlos, con el cariño de la eternidad, ¡vaya que lo sorprendí!


Otra enseñanza del maestro, tan lejos…, tan cerca.

viernes, 27 de junio de 2014

Matilde Urrutia y Tomás Gatica Martínez

Extracto de un reportaje aparecido en EL MERCURIO, el domingo 11 de agosto de 2002; donde se menciona el vínculo entre la que con el tiempo sería esposa de Neruda, y el hermano de Pedro Gatica Martínez (bisabuelo).

Los Urrutia de Chillán de las afueras, en un campito próximo, mínimo, eran muchos hermanos, más parientes, hijos huachos y allegados. Vivían a la buena de Dios. Los niños, una infancia terrible. Niños a pata pelada, en medio de la lluvia y el frío.
Matilde, por suerte, no era fea. Estaba decidida a cambiar esta existencia. Sus amigas le aseguraban que cantaba bien. Aprende a tocar guitarra. Canto y guitarra de oído, como Violeta Parra, como todos los Parra, otra familia de vida áspera pródiga en talentos. Adolescente, Matilde se viene a Santiago. De alguna manera, con ayuda de parentela, financia un curso en una escuela técnica, en un instituto. Secretariado. Ahora, un trabajo. Cuanto antes, para comprar ropa, zapatos nuevos. Esta parte es la menos conocida de su existencia. Ella cantaba suavemente y para sí misma "yo vengo de San Rosendo a vivir a la ciudad...". Tiempos de Pedro Aguirre Cerda, de Juan Antonio Ríos. Don Tinto promete en sus discursos, durante toda su campaña: "Pan, techo y abrigo". Ella no tiene, en esos años, sino un poco de pan y de vez en cuando.
A través de algún amigo se aproxima al Ministerio del Trabajo y obtiene un cargo mínimo de secretaria. Allí conoce a un escritor que le tenderá una mano; Tomás Gatica Martínez.

¿Quién era Tomás?

Para las nuevas generaciones de escritores, este nombre no tiene significado alguno. Tomás Gatica Martínez era un caballero apuesto, liberal, bien vestido, casado, autor de una novela de costumbres, "La Cachetona". Ser "cachetona" entonces era darse pisto, "creerse", sentirse la última chupada del mate. Gatica Martínez tiene cierto poder en el Ministerio y está desarrollando prácticamente el programa del Frente Popular: "Pan, techo y abrigo". Se preocupa por la suerte de la adolescente y la suma a “las giras de artistas a las regiones”. Formaba grupos de recitadores y recitadoras, músicos, cantantes, bailarines, actores. Iban en buques, cale- teando: Coquimbo-La Serena, Antofagasta, Tocopilla, Iquique, Arica. A veces llegaban a los grandes teatros de las oficinas salitreras. Matilde salía a cantar, bailar algo de cueca y tocar la guitarra.

Neruda, joven, cuando aún no era el magistral poeta que el mundo aplaudió, trabajó también bajo las órdenes de Tomás, en el Ministerio, en su política de “Bibliotecas para el pueblo”.

domingo, 4 de mayo de 2014

Rutina

Todos los días, de lunes a viernes, rigurosamente el despertador anunciando una nueva jornada laboral, a las seis

Ducha y desayuno junto a "la Marta", salir del hogar y caminar doce cuadras hasta la estación fumando el primer cigarrillo.

Comprar el diario y treparse al atiborrado tren. Una hora después cruzaba la puerta del trabajo y se persignaba ante la imagen de la virgen de Luján; en treinta y cuatro años jamás faltó, ni cuando falleció la madre.

Siempre el mismo cuadro: pocas palabras, gestos adustos, congoja, un cuadro pintado en negro. Él, al olvido del tiempo y la situación, impávido, parte de la geografía, esperando.

Descendido el féretro, a su tarea con la pala, todos los días, de lunes a viernes.

miércoles, 2 de abril de 2014

Hoja de Servicios del General Amengual

Podemos apreciar su destacada actuación, las condecoraciones y el reconocimientos que tuvo en casi 49 años vistiendo e impregnando de honor el uniforme del Ejército de Chile.
Eterna admiración a este grande, con el transcurso del tiempo y conociendo un poco más de su vida, no deja de sorprenderme y generar sana vanidad.
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FRENTE


REVERSO

martes, 1 de abril de 2014

Hablando de edecanes

Edecán es la castellanización del francés "aide de camp" (pronunciado como "ed-de-cam"); lo que significa -literalmente- ayudante de campo.
Posiblemente el nombre francés provenga de las gestas napoleónicas. Napoleón solía tener un ayudante de campo, siempre vigilante y dispuesto a servirle ante el menor requerimiento.

Los edecanes son muy cercanos a la figura del jefe de Estado, pero carecen de poder y de figuración pública; al lado del presidente, pero en un segundo plano, flanqueándolo por los costados. Cuando están de pie, parecen estacas; se mueven ante el más mínimo guiño, siempre atentos al mandatario y como una verdadera sombra.

La figura del edecán irrumpe en la historia de Chile en los primeros tiempos de la Independencia, con personajes como Juan Mackenna o Manuel Rodríguez, que adoptaron la usanza española y que en calidad de ayudantes del capitán general –a pesar de su espíritu revolucionario– se cuadraban detrás de la autoridad llevando cordones de oro en el hombro.
Por otro lado, el puesto de edecán suele ser también un buen trampolín para pegar un salto de jerarquía dentro de las Fuerzas Armadas.
Toda esta introducción para mencionar que el Gral. Amengual realizó y dignificó dicha tarea.
El 9 de septiembre de 1861 había pasado a retiro con el grado de coronel; pero es vuelto al servicio el 23 febrero de 1877 para ser edecán del presidente Anibal Pinto Garmendia (cuadro a la izquierda).

Estando en estos "menesteres" es cuando estalla la Guerra del Pacífico y, por decreto del 9 de junio de 1879, se lo designa Comandante/Organizador del "Regimiento Movilizado Esmeralda".