Todos tenemos antepasados que se remontan hasta los confines del tiempo, de la historia. La fortuna o dicha de algunos es poder desentrañar esa madeja, tirar del hilo que tantas pero tantas veces se escapa, y reconstruir el tejido de aquellos que conformaron nuestro ser. Dejo un testimonio, la botella arrojada al mar, alguien la recogerá algún día.
sábado, 8 de diciembre de 2012
Un 8 de diciembre, día de la Virgen
El día 7 de diciembre de 1941 (ataque a Pearl Harbor), mi abuela -María Elena Amengual Astaburuaga-, madre hasta ese momento de dos niños (mi padre Osvaldo y Aurora), perdió unos gemelos de 4 meses de embarazo. Un golpe terrible para ella y para su esposo, mi abuelo Osvaldo Pedro Gatica Camoglino.
El médico, además, les había dicho que era "muy probable que no tuvieran más hijos...". Católicos hasta la médula, empezaron con los rezos a la Virgen María, prometiendo que si tenían una hija se llamaría María Consuelo, "en agradecimiento a ella y el único consuelo a tanto dolor". Al tiempo queda embarazada, y el día 7 de diciembre de 1942, con terribles contracciones, mis abuelos corrieron al Hospital de San Bernardo para recibir al bebé.María Elena, la parturienta, no dejó que la tocaran -eran aproximadamente las 8 de la tarde, argumentado que: "tiene que llegar al día siguiente, el día de la Virgen".
En compañía de Elena Amengual Peña y Lillo (hija del General Amengual), transitaban por los pasillos del hospital rezando el rosario. El tiempo se hacía eterno, Elena miraba el reloj a cada rato, de pronto le dice: "ya ´mijita´, es 8 de diciembre".
A las 0:20, llegó a este mundo mi amada tía María Consuelo Gatica Amengual.
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