lunes, 21 de septiembre de 2015

El Pastor

Disfrutaba el agua tibia deslizándose por el cuerpo, lo tranquilizaba, para él se trataba de un placer mundano permitido, diez minutos exactos. Siempre tenía presente a sus progenitores, las enseñanzas que le habían impartido. La firmeza paterna que agradecía y consideraba fundamental en la formación del carácter, la dulzura inigualable y paciente de la madre. Podía asegurar que el alimento para el espíritu, después de Dios, era el recuerdo perenne de ella: entrañable, cálida, a pura sonrisa, ¡y la tarta de manzanas!, un aroma único, delicioso, plagado de nostalgia. - “Che bello e´mio figlio”, imposible olvidarla, resonaban como un bálsamo en los oídos, lo acariciaba amorosamente; ahora en castellano: “vete a jugar con tus hermanos, cuando esté lista te llamo”. Pegada a la cocina con el delantal azul de flores blancas, jazmines, el pelo recogido en una gran trenza gruesa, casi apuntado al cielo, y el canturreo de alguna “canzonetta”. Tomó la pesada toalla blanca, inmaculada, para secarse, en ese preciso momento una paloma se posó en la pequeña ventana que estaba a cuarenta centímetros en línea con la cabeza y daba a un patio interno. Fijó la vista en ella, hizo un chistido para que se fuera, notó algo brillante en una de las patas, un anillo, “seguramente se extravió”, pensó. Anudó la toalla a la cintura y estiró la mano derecha para alcanzarla, desplegó las alas y voló al interior del cuarto, atravesando el reducido espacio que había entre la puerta y el marco. Descalzo como estaba, la abrió de par en par y pasó a la habitación, quedó extasiado por lo que veía. Sobre la pequeña y austera mesa de luz al lado de la cama, la Biblia de lomo granate y en ella “la visita”. Caminó sigilosamente para no asustarla, no parecía alterada, al contrario, la posición casi pétrea lo sorprendía. Se sentó en la cama, subió la mano a la barbilla de manera lenta y a modo de prueba para comprobar la reacción, no se inmutaba. Ya más confiado quiso asir el texto sagrado, ahí sí, de un salto la paloma se instaló en el hombro izquierdo. “Una señal”, fue lo primero que se le cruzó, oró brevemente y se persignó, preparado para encontrar los misterios, abrió la Biblia “al azar” y leyó: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas!, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad. Hay que practicar esto, sin descuidar aquello”. El ave agitó las alas retomando el camino por el que había entrado. En ese volar y salir cayó el diminuto anillo, se agachó a recogerlo, no distinguió el texto y extrajo del cajón de la mesa de noche la lupa: INRI. Lo supo al instante, era lo que estaba esperando, un nuevo tiempo por venir, por construir, Francisco daba los primeros pasos de su papado.