Todos los días, de lunes a viernes, rigurosamente el despertador anunciando una nueva jornada laboral, a las seis
Ducha y desayuno junto a "la Marta", salir del hogar y caminar doce cuadras hasta la estación fumando el primer cigarrillo.
Comprar el diario y treparse al atiborrado tren. Una hora después cruzaba la puerta del trabajo y se persignaba ante la imagen de la virgen de Luján; en treinta y cuatro años jamás faltó, ni cuando falleció la madre.
Siempre el mismo cuadro: pocas palabras, gestos adustos, congoja, un cuadro pintado en negro.
Él, al olvido del tiempo y la situación, impávido, parte de la geografía, esperando.
Descendido el féretro, a su tarea con la pala, todos los días, de lunes a viernes.