miércoles, 7 de diciembre de 2011

El viaje (cuento)

Roberto y Carmen están muy felices, por fin podrán alzar y besar a la nieta, la única, Victoria, quien acaba de cumplir un año. Esperan ansiosos la llegada de su hija Sofía junto al marido y la beba. No la conocen personalmente, tan solo por fotos y la “webcam”, que compraron precisamente para acercar la distancia.
Roberto se jubiló en la Marina Mercante, después de recorrer todos los océanos alrededor del globo. Carmen es la típica ama de casa, preocupada y ocupada por el hogar. Decidieron escapar de la gran ciudad, barrio de Palermo, para radicarse definitivamente y en el zenit de la vida, en la que era casa de vacaciones, en Villa Gesell.
El nacimiento de Victoria, o todo lo previo a su llegada al mundo fue traumático. Sofía no podía llevar a término los embarazos, perdió tres a los noventa días de gestación; pese a los cuidados y reposo extremo que seguía según consejo médico. Luego de cinco años de matrimonio y cuando estaban pensando en adoptar, la naturaleza dijo sí, naciendo con tres kilos cuatrocientos la criatura. Carmen había decidido acompañarla en el tramo final del alumbramiento, a los seis meses, trasladándose a la Capital Federal. A poco de partir se resbaló en la calle, sufriendo la quebradura de la muñeca derecha; yeso y calmantes inyectables por sesenta días impidieron el viaje.
Vieron parte del crecimiento de la niña a través del ordenador. La escucharon, le cantaron alguna canción de cuna, y como no podía ser de otra manera se emocionaron.
Sofía es una pintora que expuso en el país con relativo éxito, logró vender algunas obras a un precio módico, importante para alguien que aún no se ha ganado un nombre. Está terminando un cuadro gigante, tres metros de largo por dos de ancho, lleva un año en la tarea. Juan se lo recrimina bastante seguido; medio en broma, medio en serio. El departamento de Flores en el que viven no es muy grande, su atelier, un espacio ganado al depósito de enseres varios, es imposible de recorrer sin pisar un pomo, un pincel o un oso de goma. A todo eso “ahora hay que sumarle la vela de una fragata”, acota Juan y sale corriendo para que no impacten objetos diversos sobre su humanidad.
Juan se encuentra en el mejor momento de la carrera profesional como director y guionista de cine. Conmovió al público y al jurado de Huelva y del Festival de Berlín con un cortometraje sobre los pueblos originarios de América del Sur: “A toda sangre”. Obtuvo dos premios y el elogio de la crítica. Pronto comenzará a rodar el primer largo. El productor que lo banca ya consiguió la firma de los actores que fueron pedidos especialmente por él para esta película. Va a aprovechar este mes en la costa para corregir el libro, aunque prácticamente está listo.
Roberto en la cocina termina de adobar un lechoncito, lo cocinará durante unas seis horas en el horno de ladrillos que tiene en el jardín, al lado de la parrilla. A eso de las cuatro de la tarde encenderá la leña.
Carmen, subida a la escalera, no deja un centímetro en el techo libre de globos y guirnaldas. Suena el teléfono.
¡Atiendo yo! -grita el esposo. -Hola…
-Papi, ya estamos saliendo, después los llamo desde la ruta.
-Viajen tranquilos eh.
-Sí papá, por eso vamos un jueves, a esta hora no hay mucho tráfico y vos sabés como maneja Juan, nunca pasa de 110.
-Si, ya se, ¿cómo está mi gordita?
-Bien, ahora la pongo en la silla. Un beso y los llamo después.
-Chau amor, ¡Ah!, dice tú madre que no olvides traer el costurero de la abuela…
-Sí papi, ya lo guardé, beso.
-Chau.
Carmen, desde “las alturas” le pregunta al esposo a qué hora llegarán.
-La ruta está tranquila, Juan no anda muy rápido, así que calculo unas cinco horas.
-Ahora son la diez, ¿a las tres están acá?
-Sí, más o menos a esa hora.
Realmente el día se presenta ideal para viajar; el cielo limpio, libre de nubes, una leve brisa y 27 grados. Cada tanto Sofía gira para mirar la beba, duerme plácidamente amarrada a la silla. Ni bien subieron al coche le entonó una canción de cuna y se durmió de inmediato, pararon sólo para darle de comer.
-Hola Sofi…
-Si mami…
-¿Cómo está Victoria?
-Durmiendo, hace dos horas le di la teta.
-Bueno “mijita”, en una hora ya están acá…
-Sí, no más de eso.
-Los esperamos, te amo mucho.
-Yo también má.
Sofía imaginó, los conocía muy bien, todo lo que habrían organizado para este recibimiento. Lo que no imaginó es que al girar en la curva que ahora se divisaba, a trescientos metros, un camión fuera de control, y cuyo conductor está completamente borracho cruzará al carril de ellos. Tampoco imaginó, lo subestimaba en esto de manejar, que Juan tuviese semejantes reflejos. En una rápida maniobra, firme con las dos manos al volante, se precipitó hacia la derecha buscando la banquina, gritó “¡tranquila!” y continuó paralelo a la ruta, sin pisar el freno, con el auto a los brincos, sorteando pozos y disminuyendo de a poco la velocidad hasta detenerse muchísimo más adelante. El corazón de ambos estaba a punto de estallar, él, todo transpirado la abrazó y besó. La beba, despierta y con una sonrisa gigante desde su silla los miraba, les regalaba la primera palabra: “paaapá, paaapá…”.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Paula en su laberinto

Apuró el paso como nunca, faltaban cien metros para llegar, desde la vereda contraria podía divisar la fachada del edificio. Hacía tiempo que no llovía tanto en Buenos Aires. Ese Buenos Aires que llenó sus vacíos. ¡Y ahora!, ahora los dolores del alma, los del cuerpo. Una pelea que no podía ganar.

Se fue de Chile para instalarse con Alejo en Argentina, para vivir el amor de las novelas, el de los sueños. El amor que un surfista marplatense de 34 años, conocido de la familia, le juró en Valparaíso.
Frente a “La Sebastiana” (1) y con el océano Pacífico detrás, en un guiño cómplice que sólo ella podía descifrar, supo de inmediato que el destino la llevaría al otro lado de la cordillera.

Casi dos años ya de la pesadilla y sus ritos posteriores, una constante. Levantarse envuelta en frío sudor pensando en él, correr al lavadero, mojarse desesperadamente la cara y percibir el gusto a sal en la comisura de los labios. Todas las madrugadas, en un agotador periplo dramático.
Un caleidoscopio perfecto: imágenes, sonidos y aromas.
Ahí estaba nuevamente Alejo. Siempre a las cuatro de la mañana, con su cuerpo flaco y marcado, tan solo un pantalón corto, desangrado en la tina, la cuchilla en el suelo, a su lado, erguida la botella vacía de "JB", y un papel, con diminutas gotas de sangre. Olor a whisky y Wagner, para dar un toque épico a la escena.

Todas las noches, con esa estaca de emociones preparada para hurgar en los recónditos laberintos de la mente. Lágrimas, sudor, impotencia. El corazón a punto de estallar, pero no, con ritmo de precipicio sigue latiendo.
Pasar al living, mirar las luces de la gran ciudad y llorar. Ya no habría descanso. Un café negro sin azúcar, y prepararse para escuchar el monótono y repetitivo despertador a las siete. Ducha rápida y partir al trabajo. Eran las cuatro, quedaban tres horas por delante. Horas, siglos…
Horas en las que hubiese jurado percibir sus caricias, aspirar su perfume, los momentos en que ella le tomaba tiernamente la cabeza y revolvía el pelo rubio, rubio de sol y de mar. Él, como un niño se acurrucaba entres sus piernas. Así, en una danza rítmica y acompasada caían juntos a la alfombra para fundirse en pasión.

Su amado hombre aventurero –como le gustaba decir- con las muñecas cortadas, muestra de una existencia que se apagó, y la nota. “Me diste todo y más, te llevo en el corazón. Gracias por el amor, perdón. En el cajón de mi escritorio encontrarás un sobre. Alejo”.

Las siete, la furia del reloj anunciando la pesada carga de un nuevo día. Ojeras por tapar y el dolor que no se acalla con nada. Hasta su psicólogo le insinuó derivarla a un psiquiatra, necesitaba medicación. Pero ella, terca irrecuperable, tan solo atinó a decir: “sigo con vos o se terminó este juego de contar mi vida, sentirme una idiota y continuar viviendo…, perdón, viniendo”.

Corrió envuelta en la música de Wagner que aún resonaba en el ambiente. Nerviosa, torpe ya por naturaleza, tiró de la perilla del cajón, este saltó de las guías y cayó al suelo, dejando en derredor lapiceras, encendedores, un pin de Boca y el sobre.
“Clínica Barelli”, dentro de él un hoja: “Biopsia de vejiga”, y una descripción: “carcinoma con afectación en ganglios linfáticos y órganos adyacentes”, firma y aclaración: Dr. Rodolfo Ansaldi.

Ahora estaba abriendo la puerta del departamento, el de los recuerdos, el de los aromas, 714 días, todos iguales. La angustia multiplicada por 714.
Ese departamento y esa historia, que ella no estaba dispuesta a abandonar.

Ni bien entró, buscó en la cómoda la hierba, se preparó un cigarrillo, lo depositó suavemente en la mesa ratona y se dirigió al baño. Puso el tapón en la tina dejando correr el agua caliente hasta veinte centímetros antes del borde.
Regresó al living, encendió el faso y se echó de espaldas en el sofá, miró el techo, fue bajando con la vista hasta la foto de él en la pared, inhaló profundamente, por primera vez en 714 días se sintió bien, sonrió…
Hoy dejaría de sufrir.


(1) Casa de Pablo Neruda –convertida en museo- ubicada en la ladera de un cerro.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Batalla de Tacna o del Alto de la Alianza 26 de mayo 1880

Sincero agradecimiento al sitio Legión de Los Andes, por el artículo referido al desarrollo del combate.
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CUADRO DE OFICIALES DEL REGIMIENTO ESMERALDA LUEGO DE LA BATALLA DE TACNA
(En negrita, todos los miembros de nuestra familia).

‎1. Coronel jefe de la 1ª División, Santiago Amengual.
2. Mayor ayudante Saturnino Retamales.
3. Teniente Coronel Adolfo Holley.
4. Capitán Fortunato Rivera.
5. Capitán Patricio Larraín Alcalde.
6. Capitán Fidel Urrutia.
7. Mayor ayudante Federico Maturana.
8. Teniente Coronel Adolfo Silva Vergara.
9. Sargento Mayor Enrique Coke.
10. Capitán Juan Rafael Ovalle.
11. Capitán Joaquín Pinto Concha.
12. Capitán Juan Aguirre.
13. Capitán Elías Casas Cordero.
14. Teniente Manuel Aguirre Peña y Lillo.
15. Teniente José Antonio Echeverría.
16. Teniente Adolfo Arredondo.
17. Teniente Jacinto Holley.
18. Teniente Martiniano Santa María.
19. Teniente Arístides Pinto Concha.
20. Teniente Eduardo Lecaros.
21. Teniente ayudante (plana mayor) Severo Amengual, hijo del Cnel. Santiago Amengual.
22. Capitán José María Pinto Cruz.
23. Capitán Elias Naranjo.
24. Capitán Florencio Baeza.
25. Capitán Félix Sanfuentes.
26. Subteniente Ignacio Carrera Pinto.
27. Subteniente Alberto Retamales.
28. Subteniente Juan Manuel Orrego.
29. Subteniente Juan Amador Balbontín.
30. Subteniente Juan Valaze.
31. Subteniente (ayudante de la Plana Mayor) Santiago Peña y Lillo.
32. Subteniente abanderado Ruperto Montero.
33. Subteniente Miguel Ureta.
34. Subteniente Joaquín Contreras.
35. Subteniente José Ramón Carmona Estivill.
36. Subteniente Germán Balbontín.
37. Cirujano 2º Emeterio Letelier.
38. Teniente Vicente Calvo.
39. Cirjunao 1º Clodomiro González.
40. Subteniente Desiderio Ilabaca.
41. Subteniente Mateo Bravo Rivero.
42. Subteniente Tulio Padilla.
43. Subteniente Miguel Bravo.
44. Subteniente Julio Mourgues.
45. Subteniente Alberto del Solar.
46. Subteniente Pedro Carreño.
47. Subteniente Lorenzo Camino.
48. Subteniente Juan de Dios Santiago.
49. Subteniente Arturo Echeverría.
50. Subteniente Luis Ureta.
51. Corresponsal Eduardo Hetapel.


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Ejército Chileno

Comandante en Jefe, General Manuel Baquedano.
1º División (Cnel. Amengual) Regimiento Esmeralda, batallones Valparaíso, Chillan y Navales.
2º División (Barceló) Regimientos 2º de Línea, Santiago y Atacama.
3º División (Amunategui) Regimiento Artillería de Marina, Batallones Coquimbo y Chacabuco.
4º División (Barbosa) Regimiento Lautaro, Batallones Cazadores del Desierto y Zapadores.
Reserva (Muñoz) Regimientos 1º,3º y 4º de Línea.
Caballería (Vergara) Regimientos Granaderos, Cazadores y Carabineros de Yungay
Artillería 3 brigadas, con 7 baterías y un total de 37 cañones y 4 ametralladoras

Total: 14.000 hombres.

Ejército Aliado (peruano-boliviano)

Total: 13.650 hombres.



EL COMBATE

El ejército chileno comenzó a salir de Yaras en la mañana del 25 de mayo, llevando la tropa sus caramañolas llenas de agua y víveres secos para dos días en sus morrales.

Después de recorrer veinticinco kilómetros, a dos tercios de la distancia de las posiciones aliadas, acampó, al entrar la noche, en pleno desierto, en un punto llamado Quebrada Honda.

Las tropas aliadas acamparon a las afueras de la ciudad de Tacna, lugar al cual llamaron Alto de la Alianza. Fue instalada una guardia para vigilar la quebrada Honda, que era la ruta más fácil de ataque para los chilenos.

Mientras tanto, los arrieros chilenos que iban a la delantera, son tomados prisioneros por los Husares de Junín y llevados a la presencia de Campero, quien logró enterarse que los chilenos, como se suponía, acamparían en Quebrada Honda.

Parte del agua de reserva, que se había mandado en carretas adelantándose al ejército, se extravió, y al entrar la noche fue tomada por los aliados; por los arrieros capturados supieron que el Ejército Chileno había salido de Yaras. Al tener conocimiento de esto, en consejo de Guerra se decidió la siguiente estrategia. El plan de las tropas aliadas era sorprender a las fuerzas enemigas

en la quebrada, para lo cual comenzaron el avance sobre el lugar la noche del 25 de mayo de 1880 al mando del general Campero, quien intento sorprenderlos en medio de la noche, y con tal fin hizo salir a gran parte del ejército; no prestaron demasiado atención a la ruta a seguir, perdiéndose debido a la oscuridad, haciendo así fracasar el plan de ataque, y tuvieron que volver a su primitivo campamento, con la tropa cansada por el esfuerzo inútil, habiendo llegado muy cerca de los chilenos.

- Fracasado el plan de ataque, planificaron la defensa a usar.

Las tropas se dividieron en 3 secciones:

En el ala derecha del campo de la Alianza -al mando del contralmirante Montero-, se ubicó la primera y sexta divisiones peruanas de Dávila y Canevaro y parte de la tercera división boliviana más 6 cañones y 3 ametralladoras.

En el centro -al mando del coronel Castro Pinto-, estaban la 1º y parte de la 3º división boliviana más dos cañones y 4 ametralladoras.

En el ala izquierda -al mando del coronel Camacho-, estaban la 3º división del coronel Suárez y la 2º de Cáceres más 8 ametralladoras.

La caballería estaba repartida tras la tropa.

Al amanecer del 26 de mayo de 1880, el Ejército Chileno se dirigió hacia las posiciones de los aliados dispuesto a forzarlas, y tomar Tacna. Antes de emprender la marcha los capellanes le dieron la bendición, las bandas de músicos tocaron la canción nacional y el Himno de Yungay (el Cnel. Amengual era veterano de ese combate; 20 de junio del 39), y los jefes arengaron a las tropas.

Cuando comienza el avance de las divisiones chilenas sobre Tacna. Se produce un intercambio de tiros de Artillería entre los dos ejércitos, que más que crear daño, sirve solo para medir el alcance de las armas.

- Alrededor de las diez de la mañana avanzó la división del Cnel. Amengual para embestir a la de Camacho, o sea el ala derecha chilena contra el ala izquierda aliada. Momentos después lo efectuó la división Barceló contra la aliada de Castro Pinto que ocupaba el centro de sus líneas.

La primera refriega no causa mayor daño en ninguno de los involucrados, ya que la distancia era superior al alcance de sus armas, pero dio el tiempo suficiente para que los chilenos avanzaran, especialmente los que caían sobre el ala del coronel Camacho. El ataque fue de forma frontal sobre las tropas aliadas, haciéndose general en pocos momentos. Ambas divisiones atacaron con tal ímpetu que en una hora llegaron hasta muy cerca de las posiciones aliadas, no obstante ser casi barridas por la metralla y fusilería.

El ataque chileno era brutal, lo que obligó al general Campero a enviar constantemente tropas de reserva para apoyar sus divisiones. A eso de las

12.30 empiezan a escasear las municiones a los chilenos, en medio del fragor del combate se confundieron las tropas de los diferentes cuerpos y cuando más necesario era intensificar el fuego para forzar las posiciones aliadas, faltó munición. Algunos ayudantes corrieron a pedirla al parque, que estaba a gran distancia, y para llevar pronto aunque fueran unas pocas, cargaron algunos cajones en el arzón de sus sillas. Mientras tanto en la línea de fuego los oficiales recogían las municiones de los heridos y muertos y las repartían a sus soldados.

La situación era tan crítica para los chilenos que sus regimientos comenzaron a retroceder; lo que alentó a los aliados para salir de sus trincheras y embestir, reforzados por parte de las fuerzas de su ala derecha que todavía no era atacada por los chilenos, los heridos que el deficiente servicio de ambulancias no fue capaz de retirar fueron ultimados sin compasión por los cuerpos bolivianos y peruanos.

El ala izquierda, fue apoyada por soldados de la división Herrera y los batallones Colorados y Aroma, dándole mayor fuerza, permitiéndoles no solo defenderse, sino también tomar posiciones de ataque, obligando a las tropas chilenas a lanzarse en retirada, siendo acribillados por los aliados.

Camacho para decidir la acción pidió refuerzos y el general Campero envió al fuego a los batallones "Aroma" y "Colorados", las dos unidades se lanzaron llenos de bríos al combate, había llegado para los "Colorados" la hora de la verdad, uno de los sargentos lleno de entusiasmo gritó "¡Rotos del espantajo, amarrarse los calzones, que ahora entran los colorados de Bolivia!".

Habían hablado mucho del famoso Regimiento boliviano de los Colorados, quienes en esta ocasión demostraron que toda su capacidad era verdadera. Con gran empuje y valentía obligan a retroceder a los chilenos, quienes solo tuvieron un descanso debido a un sorpresivo asalto de su caballería que entro en apoyo; evitando una mayor mortandad de soldados chilenos, ya que hizo volver a sus lugares a las tropas aliadas.

Una acometida de los Colorados y el Zepita se lanzo en heroica lucha contra sus enemigos, con mayor vitalidad y refuerzos no cesaron en su avance. Los heridos chilenos eran repasados por las tropas que avanzaban, acción que comenzó en la batalla de Tarapacá y que continuaría hasta el fin de la guerra, por ambos ejércitos.

En esos momentos llegaron algunos ayudantes y varios carabineros, llevando cajones de municiones y las repartieron con gran dificultad, el combate se seguía sosteniendo con el sol que pesaba ardiente sobre las espaldas, en medio del polvo, el humo, los gritos de mando, las exclamaciones de cólera, los ayes de los heridos y el quejido de los moribundos, y en las arenas de ese desierto que nunca había tenido el riego vivificante de las lluvias o de la caricia refrescante del rocío y que bebía con avidez lo que para ellas era una humedad primigenia, gotas de sudor mezcladas con la tibia sangre que manaba de miles de heridas; chilenos, bolivianos y peruanos.



Para poder efectuar la reorganización de la infantería y abastecerla de municiones, se ordenó que los granaderos a caballo cargaran sobre los aliados que se consideraban triunfantes.

Por orden de Baquedano, viendo la desesperada situación chilena, envía la división Amunátegui en auxilio de las chilenos que se retiraban

La lucha se tornaba incontrolablemente sangrienta. Momentos después, entraba a la línea de fuego la división chilena Amunátegui, que hizo cambiar la faz del combate, luego el Chacabuco y la Artillería de Marina reforzaron la división Amengual y el Coquimbo la de Barceló.

Los chilenos ahora pasaban a la ofensiva y los aliados emprendían apresurada retirada a sus trincheras, teniendo en esos momentos muchas bajas, pues los chilenos los fusilaban por la espalda.

Mientras tanto la división chilena Barboza, que debía atacar el ala izquierda aliada, y que para efectuarlo tenía que recorrer gran distancia, cruzó diagonalmente a marchas forzadas, y al llegar a distancia conveniente, los cuerpos se desplegaron en guerrilla, tomando el centro el Lautaro, la derecha Zapadores y los Cazadores del Desierto la izquierda, y embistieron con gran ímpetu.

La infantería peruana de la división Montero, que defendía la posición, hacía nutridos fuegos desde sus trincheras, y la artillería desde el fuerte Caballero; pero los chilenos avanzaban impávidos, a la una y media del día, el combate se sostenía en toda la línea, y todos los regimientos chilenos bajo un nutridísimo fuego, avanzaban hacia las trincheras aliadas protegidos por la artillería que desde diferentes posiciones hacía fuego por altura.

En esos momentos se ordenó a la Gran Reserva avanzar en dirección a las líneas de combate; pero antes, los regimientos que ya estaban cerca de las trincheras, calaron bayonetas, estos movimientos quebrantaron la moral de los aliados, en tal forma, que huyeron a la desbandada, dirigiéndose en desordenados grupos a sus respectivos países, quedando las trincheras en poder del ejército chileno.

El potente ejército aliado atrincherado en las posiciones del Campo de la Alianza que creía inexpugnables, estaba deshecho a las dos y media de la tarde y con ello desaparecía para siempre la alianza peruano-boliviana de 1873.

Los restos del ejército peruano se retiró a las montañas hacia Arequipa mientras el ejército boliviano se retiraba hacia el altiplano no volviendo a participar en la guerra.

Las bajas pueden estimarse en más de 6.500 hombres, el botín de guerra fue enorme, se hicieron 2.500 prisioneros entre ellos 2 generales, 10 coroneles y gran número de jefes y oficiales; además se tomaron 10 cañones, 5 ametralladoras y enorme cantidad de rifles y municiones, pero lo más importante era que Tacna estaba en poder de Chile.

Al día siguiente entraba el Ejército de Chile a la ciudad. Perdida Tacna, los bolivianos huyeron a su país terminando así la alianza definitivamente, quedando solo el Perú contra Chile.


Parte de Guerra firmado por el Cnel. Santiago Amengual; remitido al Gral. Manuel Baquedano


Señor General en Jefe:

Tengo el honor de dar cuenta a V.S. de lo acaecido en la división de mi mando durante el combate del 26.

En la noche del 25 acampamos como a dos leguas de las posiciones que ocupaba el enemigo, llamadas "Alto de Tacna".

Las fuerzas de que se componía la división de mi mando era de 2.380 individuos de tropa, distribuidos entre los batallones Navales, Valparaíso, Esmeralda y Chillán, pues el regimiento Buín 1º de línea que forma parte de esta división, fue separado de ella el día antes de marchar de Yaras para formar la reserva general.

A las 6 A.M. del día 26 se me comunicó por el Jefe de Estado Mayor de mi división, que el enemigo estaba a la vista; efectivamente se divisaban como a 3 o 4.000 metros de nuestro frente dos columnas, una en dirección hacia nuestra derecha, y la otra hacia la izquierda, encontrándose nuestra línea de batalla formada de oriente a poniente. Acto continuo dicho jefe dio cuenta a V.S. de lo que sucedía.

Se mandó formar la división, haciendo que el batallón Valparaíso se desplegara en guerrilla al frente y marchase al encuentro del enemigo, ordenando al mismo tiempo se replegaran las avanzadas que venían retirándose lentamente a la vista de él. En esta situación se mandó avanzar de frente, marcha que continuamos hasta las 10 A.M., hora en que llegamos como a 3.000 metros del alto, en donde tenía sus posiciones el enemigo y adonde se estableció después de haberse venido retirando a nuestra vista desde el lugar en donde habíamos pernoctado.

Llegados al frente de sus posiciones, se ordenó descansar y tomar algún desayuno a la tropa. Encontrándonos en esta circunstancia, dos baterías de artillería, una de campaña y otra de montaña, se establecieron al frente de los cuerpos de mi división que estaba formada en columna por batallones a distancia de despliegue; aquella hizo algunos disparos hacia el enemigo, cuya artillería coronaba la altura de sus posiciones, los que fueron contestados, alcanzando algunas granadas como a 10 metros de nuestra línea, por cuyo motivo hice despejar el fondo de la artillería corriendo los batallones a derecha e izquierda para de este modo evitar pérdidas inútiles en mi tropa.

Después de algunos disparos, se notó que el enemigo sus pendía sus fuegos sobre la derecha y sólo se veía disparar las piezas que atacaban nuestra izquierda o sea la derecha de ellos, ocultando las piezas y tropa a nuestra vista, queriendo manifestarnos tal vez con esto que se retiraba reconcentrándose hacia la derecha. Durante este tiempo el batallón Valparaíso se mantenía como a 2.000 metros del fuego de sus cañones, cuyas granadas caían en sus mismas filas, pero sin causarles daño.
La artillería nuestra enganchó sus piezas y la vimos marchar a retaguardia de nuestra línea, retirándose como a 3.000 metros.

En este momento recibo orden de marchar adelante protegido por la artillería que seguía a retaguardia y que no estaba bajo mis órdenes, pues como V.S. sabe, no se puso jamás bajo mi dirección la que correspondía a mi división, como asimismo la caballería.

Cumpliendo con la orden de V.S. de avanzar inmediatamente, ordené la formación de dos líneas de combate: componía la primera el batallón Naval y el 1º del regimiento Esmeralda, y la segunda línea el 2º del Esmeralda y el Chillán. Íbamos protegidos por el batallón Valparaíso desplegado en guerrilla.

Como no sabía el objeto de la marcha ni tenía instrucciones de V.S. ni del Jefe de Estado Mayor General sobre el plan de ataque, el lugar donde estaba el enemigo, etc., hacía que la marcha fuera lenta, a fin de esperar las órdenes del caso; más como volví a recibir orden de avanzar con rapidez, lo ejecuté en el acto.

En ese momento llegó el capitán Flores, de artillería, diciéndome que había reconocido la cúspide de la altura, que no había enemigo y que éste se había retirado a su campamento situado a 4.000 metros de ese lugar, agregándome que iba en busca de la artillería para coronar la altura.

Como la orden era de avanzar, seguimos adelante formados como he dicho en dos líneas; sin embargo, ordené que el batallón Valparaíso marchara listo para hacer fuego en caso de sorpresa, pues el enemigo no se veía.

Efectivamente, apenas subió la altura fue recibido por un nutrido fuego de fusilería que contestó en el acto nuestra guerrilla manteniéndose firme en su puesto, a pesar de las muchas bajas que sufrió cuando encimó la altura.

Inmediatamente entró en combate la primera línea en protección del Valparaíso, que siguió avanzando con ella. Más como se notara, por el fuego del enemigo oculto,que teníamos a nuestro frente fuerzas muy considerables y que se prolongaba su línea, siempre oculta, hacia nuestra derecha y podía flanquearnos, hubo que atender a esto haciendo que los batallones de segunda línea entraran al combate, corriendo así el riesgo de quedar sin ningún apoyo nuestra división, pues la reserva estaba muy
distante y no podía protegernos antes de dos horas.

Comprometida así toda nuestra fuerza a la vez y teniendo a nuestro frente en magníficas posiciones a una gran parte del ejército boliviano, la lucha se hizo desesperada, nuestros soldados no se detenían a observar las posiciones del enemigo sino que avanzaban a la voz de sus jefes y oficiales. Se había trabado un duelo a muerte, se combatía a 40 metros de distancia. En estos momentos y en tan difícil situación faltan las municiones.

Antes de entrar en combate estaba en conocimiento de V.S. que los soldados de la división sólo llevaban 130 tiros por individuo: 100 que es lo que carga habitualmente el soldado y 30 que se repartieron por la mañana en el campamento a todos los cuerpos excepto al regimiento Esmeralda, que no se le dio más porque no habían llegado las municiones Grass, según contestación del oficial de Estado Mayor General que las distribuyó.

En esos momentos se presentó por el ala derecha de mi división una fuerza de Granaderos, la que fue invitada a cargar por el comandante del regimiento Esmeralda. Con este oportuno apoyo pudieron nuestras tropas organizarse, y tomando algunas municiones se pudo continuar hasta el término de la jornada. Lamentable es que este importante servicio prestado por la caballería nos haya costado algunas bajas en la infantería, pues por desgracia no fue conocida la banderola que sirve de distintivo a esta división.

La falta de municiones hizo que algunos soldados se retirasen de la línea de batalla lentamente, lo que me obligó a pedir a V.S. protegiese nuestra derecha con algunos de los cuerpos de la reserva y nos auxiliase con municiones. La llegada de éstas y el refuerzo de la Artillería de Marina contribuyeron a completar la derrota del enemigo que ya estaba pronunciada, dejando en el frente de mi división varias piezas de artillería.

Llegados a las alturas que dominan el valle y la población, punto en que se habían reunido los restos de los cuerpos de la división, ordené que dos piezas de artillería de campaña, que al mando del capitán Villarreal llegaban en ese momento, hicieran 10 disparos a granada sobre los suburbios de la población, pues suponía que por allí marchaban los restos del enemigo disperso. Enseguida descendimos al valle, acompañados de 60 hombres de caballería al mando del comandante Bulnes; cerca ya de la estación del ferrocarril, punto de entrada a la población, me detuve y mandé al sargento mayor don Francisco J. Zelaya, que se había incorporado, con el fin de intimar rendición al pueblo. Volvió pocos momentos después diciendo que le habían hecho fuego de la estación. Entonces ordené que una ametralladora hiciese algunos disparos sobre ese punto como asimismo una guerrilla que puse bajo las órdenes del coronel Niño.

Como no fueron contestados estos fuegos, me dirigí a la plaza acompañado de la caballería del comandante Bulnes y de la guerrilla del Valparaíso, ordenando a la Artillería de Marina, que marchaba por el centro del valle, se dirigiera a este punto.

En mi camino encontré a los cónsules, quienes me aseguraron que las fuerzas enemigas habían tomado el camino del Alto de Lima y que la ciudad estaba completamente abandonada.

Con la caballería recorrí hasta dos leguas hacia el oriente, y no habiendo encontrado enemigos, regresé a la población, quedando así la ciudad por nuestra.

Me es grato, señor general, cumplir con un deber de estricta justicia, recomendando especialmente a los jefes de los cuerpos de esta división, coronel comandante del batallón Naval, don Martiniano Urriola; coronel comandante del batallón Valparaíso, don Jacinto Niño; comandante del regimiento Esmeralda, teniente coronel, don Adolfo Holley, y comandante del batallón Chillán, don Juan A. Vargas Pinochet, quienes han permanecido en las filas de los suyos, alentándolos hasta la terminación del combate, habiendo salido heridos el primero y el último de estos jefes.

Con el mismo derecho, son también acreedores a igual distinción los sargentos mayores don Daniel García Videla, don Alejandro Baquedano y don Enrique Coke, que fue herido, como asimismo los oficiales de estos cuerpos, habiéndome sido recomendado por su jefe en el campo de batalla el capitán ayudante don Federico Maturana.

Importantes y oportunos han sido los servicios prestados por el Jefe de Estado Mayor de esta división, teniente coronel don Adolfo Silva Vergara, manteniéndose siempre sereno bajo los fuegos del enemigo.

A una recomendación especial se ha hecho también acreedor el capitán ayudante de campo don Patricio Larraín A., quien fue comisionado para auxiliar a los distintos cuerpos de la división con municiones que distribuyó en lo más avanzado de nuestras filas, y por consiguiente en medio del nutrido fuego.

Las órdenes transmitidas por los ayudantes de campo y de Estado Mayor de esta división, capitanes señores Fidel Urrutia y Patricio Larraín, tenientes señores Severo Amengual y Manuel Aguirre, y subteniente señor Santiago Peñailillo, han sido dadas con toda oportunidad y a mi entera satisfacción, manteniéndose siempre serenos en las difíciles comisiones desempeñadas bajo el fuego enemigo.

Según consta de los partes originales y relaciones adjuntas que tengo el honor de elevar a V.S., el número de oficiales muertos en este memorable combate pertenecientes a la división de mi mando, es de 7 y 29 heridos, incluso 3 jefes; el número de las bajas en la tropa asciende a 172 muertos y 407 heridos.

Existe en mi poder un estandarte tomado por el regimiento Esmeralda.

Es cuanto tengo el honor de exponer a V.S. en cumplimiento de mi deber.

Tacna, junio 2 de 1880.

Santiago Amengual

domingo, 6 de noviembre de 2011

Guerra Civil de 1891, el presidente Balmaceda y el general Amengual

José Manuel Balmaceda (1840-1891), presidente de Chile desde 1886.

Inició su gobierno con un ambicioso plan de obras públicas y con el ideal político de unir a los liberales en un solo gran partido.
Tras una serie de disputas entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo, la discusión sobre el presupuesto del año 1891 finalmente generaría el estallido de un conflicto interno; tras aprobarlo Balmaceda sin la firma del Congreso.
Mientras las fuerzas del Ejército de Chile se dividieron en apoyo de ambos bandos, la Armada (liderada por el capitán de navío Jorge Montt Álvarez) se unió a los congresistas. Desde Iquique los revolucionarios iniciaron una serie de campañas con el fin de derrocar al presidente.
Tras las batallas de Concón y de Placilla, los leales fueron derrotados; entregando Balmaceda el poder a Manuel Baquedano (28 de agosto). Cuando las fuerzas revolucionarias entraron a Santiago, el depuesto presidente se refugió en la embajada argentina, donde daría fin a su vida, suicidándose con un disparo (19 de septiembre); un día después que expirara su mandato constitucional.

Nuestro querido "manco" Amengual -se había retirado con el grado de general en 1886- toma partido decididamente a favor de Balmaceda; por este motivo, es degradado y privado de su jubilación.
En 1896 por vía de la Ley de Amnistía e Indulto decretada por el Presidente Jorge Montt Álvarez (sucesor de Balmaceda), es reivindicado en su grado militar de general de Ejército y con todos los honores.

La victoria de los golpistas, marcó un importante hito en la historia de Chile. La sociedad chilena enfrentó una gran división tras el conflicto bélico, que dejó miles de muertos. Las reformas a la Constitución dieron fin a la llamada República Liberal y se inició el Régimen Parlamentario que imperaría en Chile hasta 1925.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El Manco Amengual (letra de zamba)

Los Cuatro Cuartos en homenaje al coronel (era el grado que tenía entonces), Santiago Amengual Balbontín por su participación con el "Séptimo de Línea" en la Guerra del Pacífico.

Lo de manco se debe a una herida de bala que le inutilizó el brazo derecho, no lo perdió, como algunos historiadores, errados, señalan.


La pampa va despertando
de su silencio doliente
y el paso de los soldados
se va perdiendo pa´ siempre
en camanchaca olvidado
se va perdiendo pa´ siempre
en camanchaca olvidado

Es el Séptimo de Línea
son los bravos de Amengual
que a traves de la pampa
sus vidas van a entregar
que a traves de la pampa
sus vidas van a entregar

HABLADO:
¡Qué viva el Séptimo de Línea y su Coronel!

Brillan las bayonetas
levántanse polvaredas
el Séptimo va a cargar
y la sangre va corriendo
desde la pampa hasta el mar
y a mi Coronel, un brazo
le basta para pelear.

Valiente entre los valientes
mi Coronel Amengual
nuestra patria tu nombre
nunca podrá olvidar
nuestra patria tu nombre
nunca podrá olvidar


domingo, 10 de julio de 2011

Amores que no matan

Un cuento que tardó más de 30 años en ver la luz; dedicado a mi abuela María Elena Amengual Astaburuaga (1907-1995).

Esto es entre vos y yo.

Se que me quisiste, en corto tiempo me diste el amor, todo el amor; el primero. Ese amor inicial que es eterno.
Te acompañé, ya alejado, desde una foto. Mi corazón era un refugio para vos, porque en definitiva fui feliz a tú lado, lo supe, lo viví, esas cosas quedan, no se como pasa; ahí están.
La mente de las personas almacena todo, todo está en la memoria (como dice León Gieco), en pequeños cajones, ante un acontecimiento aparentemente pueril; se abren y afloran.



En primer grado, tenía 6 años, la llamaron preocupados del colegio a mi madre: andaba diciendo que una bicicleta, regalo del abuelo Domingo, me la había traído de Chile papá y "la abuela de allá".
Muchas veces a hurtadillas revisaba un mueble que contenía fotos; esas fotos, las del otro lado. En una de ellas, la fiesta de casamiento de Paulina, se te veía con un sombrerito; deslizaba mis dedos como acariciándote, estabas linda, de perfil.
Cayeron lagrimas, ¡para que negarlo!, quería tenerte cerca, hablarte, decirte que había lugar en mi corta vida; ¿existe dimensión para el amor? ¡Te necesité "güelli"!, "mí güelli"; apodo que fue marca registrada para los nietos que llegaron después.¡Nadie sabe cuánto pero cuánto te necesité!

Un sueño recurrente, en realidad se daba cuando estaba despierto. Suena el timbre de casa, Arturo Prins 722; Villa Bosch. Salgo disparado cual galgo, al abrir, parada con un bolsito vos; veo tu sonrisa deslumbrante, se quien sos aunque el tiempo haya pasado, te conozco, mi piel recuerda.
Ahora estoy en un largo pasillo, en Ñuñoa, me causaba gracia ese nombre. Te tiro de la falda, quiero tus brazos, tus besos, me gusta apoyar la cabeza en tú hombro; quiero soñar con vos.

¡Ay "güelli"!, ¡un momento más a tu lado!, un instante más, eso hubiese estado muy bien, ese encuentro que el destino nos privó.¡Pucha!, ¡qué bello hubiese sido!
Todo mi amor querida abuela María Elena.

El corazón jamás olvida.