Abuela materna, referencia ineludible en mi vida, me crié con ella desde que tenía cuatro años. Llevo grabadas las lágrimas de la despedida, el día anterior a su partida definitiva, cuando la visité en la sala de terapia intensiva del hospital.
Año 1978, polvoriento camino, algunos olivares por izquierda y derecha, es cuesta arriba, se dificulta el paso, palpita el corazón emocionado; ¡pasaron más de cincuenta años!...Pero es una foto del pasado, el tiempo se detuvo, no se vislumbra el progreso, "todo está igual" logra balbucear Modesta. En realidad, los herrajes se veían oxidados y las casas de piedra mas deterioradas que entonces.
Arribaron, como dardos, los recuerdos del día en que partió con una maleta, allá en el lejano 1926, con sólo una maleta, para el Nuevo Mundo, para América; tierra de promisión, de sueños y de olvidos.
Dejaba Cabanelas, pueblito perdido en Orense, dejaba a su madre, Florinda Ferreiro y marchaba, para retornar vaya a saber cuando.
Una maleta, tan solo una maleta; pero la carga era muy pesada.
Muy joven, la vida aquí era harto complicada; siempre expuesta a las miradas del pueblo. Modesta, la hija natural de Florinda; sin noticias del padre, tan solo Modesta Ferreiro, con el apellido de la madre. Un estigma en la España de comienzos del siglo XX, una herejía.
Ahora estaba de regreso, sus ojos color cielo se humedecieron, Blanca, la hija, le tomó la mano y siguieron caminando. En lo alto, ahora sí, a la vista, la casona antigua, con el establo abajo. Igual, todo igual; la carga era muy pesada...
Todos tenemos antepasados que se remontan hasta los confines del tiempo, de la historia. La fortuna o dicha de algunos es poder desentrañar esa madeja, tirar del hilo que tantas pero tantas veces se escapa, y reconstruir el tejido de aquellos que conformaron nuestro ser. Dejo un testimonio, la botella arrojada al mar, alguien la recogerá algún día.
domingo, 20 de diciembre de 2009
jueves, 17 de diciembre de 2009
Ñuñoa en nuestras vidas
El tramo encomillado corresponde a la obra "Ñuñohue" de René León Echaiz (chileno), adquirida en una "librería de viejo" en Av. de Mayo (Argentina), fue un placer encontrar este bello libro.
"Los conquistadores españoles avanzaron con don Pedro de Valdivia por el río Mapocho hacia arriba, buscando explorar los territorios del entorno a la comarca donde se funda Santiago del Nuevo Extremo, en 1541. Llegaron a unos terrenos de gran belleza y fertilidad, cuyos tranquilos campos se extendían hasta las faldas de los cerros de la Cordillera de los Andes. Allí se internaron por entre los matorrales, apartándose de la ribera del Mapocho. Les llamó de inmediato la atención una enorme cantidad de florcitas amarillas que se movían al viento, por todas las extensiones de estos territorios. Cuando los europeos consultaron a los indígenas que acompañaban la expedición por el nombre de estas flores, ellos contestaron que eran "ñuños".
Los ñuños son de color amarillo, con tonalidades rojizas y oscuras. Crecían en una zona indígena de rucas y pequeños campos que los nativos llamaban Ñuñohue, precisamente en alusión a estas flores: Tierra de Ñuños.
Abarcaba el borde del Mapocho, las faldas cordilleranas y el contorno de los llanos del Maipo. En su momento, los conquistadores recorrieron gran parte de estos terruños y fueron siendo recibidos por los caciques que las dominaban. Durante el resto de la colonia, se conectaba desde Santiago hasta este sitio a través de caminos muy rústicos que salían desde el lado oriente del Cerro Santa Lucía, cuya falda hacía de aparcadero para caballos y carretas que iban o venían por este rumbo.
Ñuñohue abarcaba, entonces, los terrenos que actualmente identificamos con Providencia, Apoquindo, Las Condes, Tobalaba, Macul y Ñuñoa. No tardaron en ser loteados y convertidos en chacras, arruinando la vida de los indígenas locales. Sin embargo, era el último de los mencionados, Ñuñoa, aquél que se hallaba en el centro de la Tierra de los Ñuños, siendo identificado como el corazón de Ñuñohue entre los indígenas. Se dice incluso que su aldea central estaba justo en la actual Plaza Ñuñoa. Regía estos dominios el cacique Longomavico, también llamado Aponchonique, pero dichos caseríos perduraron sólo hasta el siglo XVII, cuando las aldeas del centro del territorio desaparecieron. Sus principales accesos fueron, por largo tiempo, los caminos ocupados por las actuales avenidas Providencia e Irarrázabal.
La corrupción fonética y la repetición viciada del término entre los españoles, llevó a transformar su nombre rápidamente a Ñuñoa, manteniéndose hasta hoy en la toponimia.
Algo más sobre la flor
Es una planta tipo hierba perenne del orden de las liliales y de la familia de las iridáceas. Todavía es posible verlas junto a algunos caminos y senderos en el entorno de la capital. Tiene seis pétalos con diseños propios que van desde el limpio amarillo sin máculas hasta patrones de manchas negras y escarlatas sobre amarillos rojizos. Crece levantándose a relativa altura del suelo, alcanzando los 50 centímetros aproximadamente. Los científicos la conocen como Sisyrinchium ñuño colla.
Las capacidades del ñuño fueron su garantía de expansión por los valles interiores de la Zona Central de Chile: resiste temporadas de sol directo y, además, soporta las heladas de las estaciones más frías. Como no puede sobrevivir a la nieve, creció en vastos campos florales por las alfombras de vegetación que habían en Ñuñohue, a los pies de la alta cordillera nevada.
Esta es, entonces, la tierra en la que conocí el amor de mi abuela María Elena Amengual Astaburuaga, viví con ella entre mis dos y cuatro años.
"Los conquistadores españoles avanzaron con don Pedro de Valdivia por el río Mapocho hacia arriba, buscando explorar los territorios del entorno a la comarca donde se funda Santiago del Nuevo Extremo, en 1541. Llegaron a unos terrenos de gran belleza y fertilidad, cuyos tranquilos campos se extendían hasta las faldas de los cerros de la Cordillera de los Andes. Allí se internaron por entre los matorrales, apartándose de la ribera del Mapocho. Les llamó de inmediato la atención una enorme cantidad de florcitas amarillas que se movían al viento, por todas las extensiones de estos territorios. Cuando los europeos consultaron a los indígenas que acompañaban la expedición por el nombre de estas flores, ellos contestaron que eran "ñuños".
Los ñuños son de color amarillo, con tonalidades rojizas y oscuras. Crecían en una zona indígena de rucas y pequeños campos que los nativos llamaban Ñuñohue, precisamente en alusión a estas flores: Tierra de Ñuños.
Abarcaba el borde del Mapocho, las faldas cordilleranas y el contorno de los llanos del Maipo. En su momento, los conquistadores recorrieron gran parte de estos terruños y fueron siendo recibidos por los caciques que las dominaban. Durante el resto de la colonia, se conectaba desde Santiago hasta este sitio a través de caminos muy rústicos que salían desde el lado oriente del Cerro Santa Lucía, cuya falda hacía de aparcadero para caballos y carretas que iban o venían por este rumbo.
Ñuñohue abarcaba, entonces, los terrenos que actualmente identificamos con Providencia, Apoquindo, Las Condes, Tobalaba, Macul y Ñuñoa. No tardaron en ser loteados y convertidos en chacras, arruinando la vida de los indígenas locales. Sin embargo, era el último de los mencionados, Ñuñoa, aquél que se hallaba en el centro de la Tierra de los Ñuños, siendo identificado como el corazón de Ñuñohue entre los indígenas. Se dice incluso que su aldea central estaba justo en la actual Plaza Ñuñoa. Regía estos dominios el cacique Longomavico, también llamado Aponchonique, pero dichos caseríos perduraron sólo hasta el siglo XVII, cuando las aldeas del centro del territorio desaparecieron. Sus principales accesos fueron, por largo tiempo, los caminos ocupados por las actuales avenidas Providencia e Irarrázabal.
La corrupción fonética y la repetición viciada del término entre los españoles, llevó a transformar su nombre rápidamente a Ñuñoa, manteniéndose hasta hoy en la toponimia.
Algo más sobre la flor
Es una planta tipo hierba perenne del orden de las liliales y de la familia de las iridáceas. Todavía es posible verlas junto a algunos caminos y senderos en el entorno de la capital. Tiene seis pétalos con diseños propios que van desde el limpio amarillo sin máculas hasta patrones de manchas negras y escarlatas sobre amarillos rojizos. Crece levantándose a relativa altura del suelo, alcanzando los 50 centímetros aproximadamente. Los científicos la conocen como Sisyrinchium ñuño colla.
Las capacidades del ñuño fueron su garantía de expansión por los valles interiores de la Zona Central de Chile: resiste temporadas de sol directo y, además, soporta las heladas de las estaciones más frías. Como no puede sobrevivir a la nieve, creció en vastos campos florales por las alfombras de vegetación que habían en Ñuñohue, a los pies de la alta cordillera nevada.
Esta es, entonces, la tierra en la que conocí el amor de mi abuela María Elena Amengual Astaburuaga, viví con ella entre mis dos y cuatro años.
sábado, 5 de diciembre de 2009
Cienfuegos; apellido con historia y leyenda
Se hace difícil, en numerosas ocasiones, establecer de forma exacta la procedencia de determinado apellido. La mayoría tienen un origen remoto relacionado con la necesidad de dejar constancia en los registros de propiedades a los fines de tipo sucesorio. Posteriormente, los registros civiles tuvieron como tarea asentar los apellidos de la población para, establecer un control fiscal y militar de los habitantes.
En el caso de Cienfuegos se trata de un apellido muy antiguo procedente de Asturias y derivado de la forma Quirós. Etimológicamente es apellido toponímico de significado evidente y que se refiere a una "tierra en la que existen o existieron cien fuegos".
La génesis de este topónimo se debe al apellido Cienfuegos que es oriundo de los concejos asturianos de Allende, Cangas del Narcea, Oviedo y Gozón, el cual más tarde pasó a otras regiones españolas. Su origen viene dado por la leyenda conocida como de los cien paladines. Cuenta la leyenda que García González de Quirós, jefe de 100 paladines cristianos atacó un campamento moro compuesto por unos 10 000 efectivos, García González ordenó a sus hombres encender teas y lanzarse monte abajo en busca del enemigo con la consigna de apagar las antorchas una vez alcanzada la base de la colina y subir nuevamente y recomenzar la operación a fin de dar la impresión de que era un numeroso ejército el que atacaba. Los moros cayeron en la trampa y abandonaron el campamento desordenadamente. El rey en pago de los servicios prestados otorgó la gracia a García González de Quirós el derecho de usar escudo de armas el cual estaba compuesto de cinco fuegos en campo sangriento.
En nuestra familia, el primero (documentado), es Francisco Fernández de Cienfuegos, quien se casa con Josefa Arteaga Martínez y, entre sus hijos uno al cual llaman Francisco (como el padre) Cienfuegos Arteaga.
Este se casa con Catalina Silva Montero. Una de sus hijas es Petronila Cienfuegos y Silva, quien se casa con Cayetano Astaburuaga Toro (1796-1894).
Nace así José Pedro Astaburuaga Cienfuegos. De su unión con Catalina Urzúa Vergara nace Aurora Astaburuaga Urzúa. Madre de mi abuela paterna María Elena Amengual Astaburuaga (Alberto Amengual Peña y Lillo era el padre).
Y ya desaparece (de los papeles) el apellido Cienfuegos, pero vive en la sangre de la familia; como tantos y tantos que hicieron su aporte a la constitución de nuestro ser.
En el caso de Cienfuegos se trata de un apellido muy antiguo procedente de Asturias y derivado de la forma Quirós. Etimológicamente es apellido toponímico de significado evidente y que se refiere a una "tierra en la que existen o existieron cien fuegos".
La génesis de este topónimo se debe al apellido Cienfuegos que es oriundo de los concejos asturianos de Allende, Cangas del Narcea, Oviedo y Gozón, el cual más tarde pasó a otras regiones españolas. Su origen viene dado por la leyenda conocida como de los cien paladines. Cuenta la leyenda que García González de Quirós, jefe de 100 paladines cristianos atacó un campamento moro compuesto por unos 10 000 efectivos, García González ordenó a sus hombres encender teas y lanzarse monte abajo en busca del enemigo con la consigna de apagar las antorchas una vez alcanzada la base de la colina y subir nuevamente y recomenzar la operación a fin de dar la impresión de que era un numeroso ejército el que atacaba. Los moros cayeron en la trampa y abandonaron el campamento desordenadamente. El rey en pago de los servicios prestados otorgó la gracia a García González de Quirós el derecho de usar escudo de armas el cual estaba compuesto de cinco fuegos en campo sangriento.
En nuestra familia, el primero (documentado), es Francisco Fernández de Cienfuegos, quien se casa con Josefa Arteaga Martínez y, entre sus hijos uno al cual llaman Francisco (como el padre) Cienfuegos Arteaga.
Este se casa con Catalina Silva Montero. Una de sus hijas es Petronila Cienfuegos y Silva, quien se casa con Cayetano Astaburuaga Toro (1796-1894).
Nace así José Pedro Astaburuaga Cienfuegos. De su unión con Catalina Urzúa Vergara nace Aurora Astaburuaga Urzúa. Madre de mi abuela paterna María Elena Amengual Astaburuaga (Alberto Amengual Peña y Lillo era el padre).
Y ya desaparece (de los papeles) el apellido Cienfuegos, pero vive en la sangre de la familia; como tantos y tantos que hicieron su aporte a la constitución de nuestro ser.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Consideraciones sobre la historia familiar
Todos tenemos antepasados que se remontan hasta los confines del tiempo.
Mucho esfuerzo me ha demandado armar el árbol genealógico que figura en Internet y el Blog. Largas jornadas, agobiantes "sesiones" frente a documentos digitalizados de Indias, parroquias, archivos en posesión de los mormones, cuatro o cinco líneas rescatadas en libros de Google, consultas (interrogatorios sería el término apropiado), a mi tío Juan Bautista y a mis tías Consuelo y Aurora. Es una tarea incansable y permanente.
En esta obra podrán encontrarse algunas historias, anécdotas y relatos; algunas fotos y algunos recuerdos. Un collage que remite al mundo en torno de “Los Gatica Amengual”; esa familia a la que con orgullo pertenezco. Una especie de “llamado de la sangre”.
Me ilusiona pensar en las generaciones venideras, en el lugar –grande o pequeño- que este trabajo, recuerden lo de collage, ocupará en sus vidas; un cuadro, pintado con sentida pasión y amor.
Para no olvidar de donde provenimos, dejo un testimonio, la botella arrojada al mar; alguien la recogerá algún día.
Marcelo Gatica Amengual
Tortuguitas, Buenos Aires; Argentina
Mucho esfuerzo me ha demandado armar el árbol genealógico que figura en Internet y el Blog. Largas jornadas, agobiantes "sesiones" frente a documentos digitalizados de Indias, parroquias, archivos en posesión de los mormones, cuatro o cinco líneas rescatadas en libros de Google, consultas (interrogatorios sería el término apropiado), a mi tío Juan Bautista y a mis tías Consuelo y Aurora. Es una tarea incansable y permanente.
En esta obra podrán encontrarse algunas historias, anécdotas y relatos; algunas fotos y algunos recuerdos. Un collage que remite al mundo en torno de “Los Gatica Amengual”; esa familia a la que con orgullo pertenezco. Una especie de “llamado de la sangre”.
Me ilusiona pensar en las generaciones venideras, en el lugar –grande o pequeño- que este trabajo, recuerden lo de collage, ocupará en sus vidas; un cuadro, pintado con sentida pasión y amor.
Para no olvidar de donde provenimos, dejo un testimonio, la botella arrojada al mar; alguien la recogerá algún día.
Marcelo Gatica Amengual
Tortuguitas, Buenos Aires; Argentina
Suscribirse a:
Entradas (Atom)